El parloteo de Alicia

Estoy aquí sentada con los ojos cerrados mientras espero que llegue a mí la calma. Decidí vivir esta experiencia de silencio para encontrar dentro de mí esa esencia de luz y amor que al parecer hay en mi interior, dejar de lado al menos por un momento el drama y la preocupación.

Me encuentro absorta en mis pensamientos cuando percibo una presencia, abro los ojos y veo sentada a mi lado a una jovencita, aunque parece una niña, la miro extrañada pensé que este lugar era para adultos, tardo un minuto en reconocerla. Es Alicia ¡Sí! ¡Alicia la del País de Las Maravillas! Llegó desorientada y llorosa, comienza a hacerme muchas preguntas, pues se encuentra perdida, me pregunta precisamente a mí, que ya suficientemente perdida estoy con mis propias preguntas.

Comienza a platicarme del conejo con sus prisas y su reloj. —Me resulta tan familiar— El sombrero loco con su excentricidad, el gato y su extraña sonrisa, y la oruga con su pipa, —pipa que deseo tener en este momento— pienso en que, si la reina de corazones con su ejército de naipes le hubiera cortado la cabeza, esta niña no vendría a marearme con su parloteo.

De pronto escucho a la lejanía el sonido de una campana, abro mis ojos, mi tiempo de meditación terminó. Alicia desapareció, me doy cuenta de que nunca estuvo ahí, no me dijo que estaba perdida, no me contó sobre el agobiado conejo, ni el gato, tampoco sobre la oruga.

Las preguntas de Alicia son mis propias preguntas, mismas que se acumulan en mi mente, como una madeja de estambre que se hace cada vez más grande. Con un suspiro suelto la frustración que siento pues no logré callar mi mente. Mañana tendré otra oportunidad de no caer por la madriguera al País de Las Maravillas.

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