Solo llámame Lilí

Para esas 10 mujeres que hoy ya no están. 

—Solo llámame Lilí.
Por el momento solo por Whats, ¿va? 

¿Sabes? Es que me da miedo porque no te conozco. Aunque la neta me lates un buen. 

—Vale, pero la verdad es que estás bien guapa. Y como que sí quiero conocerte en persona. Dime, ¿cómo le hacemos? 

Así fueron nuestros primeros mensajes. A veces, se me olvidaba que debía conocerlo bien para saber cómo era este cabrón; tratar de entender cómo le hizo para que nadie sospechara de él. Lo primero que hice, además de darle vueltas y vueltas en mi cabeza, fue comprar un teléfono nuevo. Me di color de que era él porque cada vez que lo encontraba en la calle se ponía supernervioso; nunca le vi los ojos porque me daba la vuelta. Un día me lo topé en la carnicería con su mamá; al güey hasta se le cayeron las bolsas que traía; le dieron una cagotiza en frente de todos, y se peló rapidísimo a su camioneta. 

Empecé a revisar su feis, donde el pendejo tenía tiktoks de puras niñas buenotas, así que, pos como es más fácil por ahí, empecé a seguirlo con mi nuevo perfil Lil04bunny. Luego busqué videos de chavas como las que él seguía: cabello largo, castaño, que más o menos dieran la finta de nuestra edad; que no se les viera la cara, para poder subirlos. Eso fue lo más tardado: encontrar chavas diferentes a mí, pero que tuvieran el mismo culo que yo, y que obvio a este güey no le iban a calentar solamente la cabeza. 

Pasé dos semanas revisando cada cosa que él hacía en TikTok; sus videos eran de él haciendo las mismas pendejadas que todos: retos de bailes, #moodchallenge, #ohnono… En todas sus redes posteaba lo mismo. La neta que sí parecía un chavo bien, estudioso, que se la pasaba de fiesta en fiesta, pero sin ser mala copa; hasta cuidaba de las chavas. Creo que solo una vez lo vi pelearse con la que andaba hace como un año. En Facebook solo subía cosas de la escuela, de sus amigos; eso sí, sus amigas abrazándolo y él nunca pasado de lanza. En el Insta, en su perfil solo había fotos chidas del gym, de sus viajes a Acapulco con su jefa, de la playa y de su camioneta. Creo que por eso mismo nadie creería que pudiera matar ni una mosca. 

A mí lo único que todos los días me hacía sentir viva era el deseo de partirle toda su madre. La verdad es que no sé por qué Alexa llamó su atención; ella era bajita, pelo negro, piercing en la lengua, tatuaje en el cuello. Nada que ver con las chavas que le gustaban. Alexa era una chava fuerte, que por las tardes trabajaba en una cafetería. Todos estudiábamos juntos, pero ella, por la situación económica de sus papás, tuvo que tomarse un año libre; hubo muchos compañeros que se salieron por lo mismo. Mientras todo se acomodaba, desde hace dos meses ella comenzó a trabajar; yo la amaba cañón. Cuando las dos descubrimos que nos gustábamos, empezamos a alejarnos. En la escuela no puedes andar sacando tus deseos carnales porque luego luego empieza el cuchicheo de que la tortillera del salón ya empezó a chingar a una chava. A mí, la verdad que me valía madres, pero lo que no soportaba era ver cómo le afectaba a las demás, porque no soy la única lesbiana en la escuela, ¿sabe? Aunque sí la única con los huevos suficientes para aceptarme y fletarme a mis novias en secreto —algo a lo que ya me había acostumbrado. 

En enero fuimos a una fiesta del salón; fue cuando empecé a salir con Alexa. Ella cantaba como una diosa, o así la veía yo. Tenía la voz grave pero suave, cantaba como si quisiera que todos escucharan lo que traía dentro. A veces se aceptaba y a veces nos maldecía por tanta mierda que gente como usted nos mete en la cabeza: “El cuerpo debe ser amado solo por el sexo contrario, para eso es: para procrear y no para ser gozado con alguien de tu mismo género”. ¿Cierto? 

El día que vestidas de negro fuimos a la marcha, con nuestras alas moradas nos sentimos dignas de nosotras; ella siempre luchó activamente por los derechos de la mujer. Es más, aún puedo verla gritando ¡NI UNA MÁS! Qué pinche ironía… 

Con decirle que hace un mes celebró que el papa haya declarado que el amor es universal, como si yo no supiera que lo hizo porque todos sus fieles se le están yendo al carajo, ¿acaso cree que yo me lo creí? Pero bueno, déjeme tomar agua y sigo contándole. 

Bueno, después todo cambió, tuvimos que alejarnos físicamente, aunque cada día nos conectamos por videollamada para decirnos bobería y media. Ella estaba muy preocupada, a su papá lo habían corrido de la chamba; su mamá no ganaba mucho. Tuvieron que vender sus coches. En mayo, Alexa decidió dejar la escuela, así que yo le pasaba los chismes de las clases virtuales. En agosto, Mauricio y sus amigos habían planeado un viaje a la playa, pero al final el coordinador se enteró y canceló todo porque se ponía en riesgo al alumnado, que no éramos mayores de edad, que habría mucho alcohol, que los treinta alumnos contagiarían a sus familias. Así que todo el plan se le esfumó y desde entonces vimos a Mauricio cambiar; como que este cuate se enojó con la vida, pero todos estamos estresados, así que nadie le dio importancia. 

Tras el reinicio de clases, Alexa y yo comenzamos a vernos. Por las mañanas, ella tomaba apuntes de todo lo que yo le decía que estábamos viendo en la escuela; por la tarde, se iba a la cafetería donde nos veíamos dos veces a la semana; solo me tomaba un café y pasaba dos horas viéndola, contemplándola. Una semana antes de que todo se fuera al carajo, Alexa estaba decidida a contarle a sus papás cómo se sentía, cómo había descubierto que lo suyo lo suyo era cantar y besar labios de mujer. Me dijo que si lo planteaba desde un contexto romántico, su papá comprendería, y su mamá la apoyaría, aunque la señora siempre lo supo: siempre nos daba consejos de cómo cuidarnos, de cómo apoyarnos entre nosotras. Según ella, nos decía que nuestra amistad era bien chida. Creo que siempre supo que entre Alexa y yo había algo más. 

Pero no alcanzó a decírselos por miedosa. No entiendo cómo no le importaba hacerse piercings y tatuajes, que la tacharan de jipiosa, chola y demás, pero le daba tanto miedo abrirse con sus papás. En mi casa, mamá siempre lo supo y me apoyó, así que nunca lo he entendido… 

La noche que todo pasó fue un miércoles; ese día me tocaba cuidar a mi abuela, así que no podía ir a la cafetería. Alexa me envió un mensaje para decirme que se había quedado de ver con los de la escuela en la pizzería de la plaza, que solamente iban a ir como cinco batos, que no se iba a tardar, porque al otro día su papá tenía una entrevista para la chamba; que todos estaban bien contentos y que, si todo salía bien, por fin les contaría de lo nuestro. 

A mí eso ya neta me valía madre, porque siempre me decía lo mismo y no lo hacía. Nunca me enojé con ella, pero sí me dolía el estómago de que me prometiera y nada más nada. Le respondí que no podía ir, pero que por favor me enviara un whats cuando fuera camino a su casa. A las 11 de la noche recibí el último mensaje. 

—Ya salí, me van a dar un aventón. Te mando un beso, que ya muero por darte. 

Luego de más de tres horas sin saber nada de ella llamé a su mamá, quien estaba toda nerviosa porque Alexa aún no llegaba. Con mi llamada le confirmé que no estaba conmigo. Llamamos a todos con los que se había reunido; nadie sabía nada. 

Fue la pinche peor semana de mi vida; todos fuimos citados a declarar. Laura le había dado un aventón a la entrada del fraccionamiento, pero nadie la vio entrar; los polis de la caseta nunca vieron el coche de Laura, que ya había dicho todo: se vieron a las 8:30 en las pizzas. Laura, Sonia, Beto, Mauricio y Alexa. Estuvieron hasta las 11 de la noche. Laura se ofreció a llevarla para evitar que tomara un Uber. La dejó afuera de la caseta porque no habían registrado la entrada y, así como por arte de magia, desapareció. 

Todos y cada uno de nosotros dijimos que Alexa era una chava supertranquila, que le gustaba estar en casa, que desde el confinamiento ella había cumplido con todo, que empezó a trabajar hacía dos meses, que ya no estudiaba con nosotros. Lo más triste fue tener que decirles que no era una puta porque traía un piercing en la lengua, ni una zorra por sus tatuajes en el cuello. Qué pinche dolor ver cómo su mamá se apagó desde el día uno de su desaparición; ver cómo su papá la defendía con uñas y dientes; escuchar cómo unos pendejos policías dijeron que con la facha de Alexa en Facebook, de seguro era una buscona, que ese día seguramente se fue de caliente con algún güey, porque iba bien encuerada… ¡Chingada madre! ¿Por qué tenemos que defenderla? ¡¡La que no estaba aquí era ella!! Y estos pendejos lo único que tenían que haber hecho era buscarla y traerla sana y salva. 

Horas y vueltas, días y noches buscándola hasta que un martes su mamá me llamó para decirme que la habían encontrado, que un cuate caminaba cerca de un lote baldío y encontró una bolsa negra que apestaba; cuando se acercó vio una mano salida de la bolsa. Llamó a la policía. Ese fue el final: una pinche bolsa de plástico negra. 

Pinche policía de mierda, pinche Alexa que fue a las pizzas, pinche Laura que no la dejó adentro de su casa, ¡que no mame! ¿Qué no lee las noticias? ¿No ve el puto Facebook lleno de fotos de chavas desaparecidas? ¡Pinche mundo que se está yendo a la mierda! ¡Maldita sea! Yo, mil veces maldita, yo, que no pude hacer nada ese día. 

Así que no me quedé tranquila, tenía que ver qué carajo había pasado. El único que desentonaba en esta foto era Mauricio, con su cara de pinche rico mamón. Cada vez que me veía se escondía. El día que su familia la veló tuvo el pinche descaro de ir con su mamá a dar el pésame. Pero a mí no me hizo pendeja, había algo que no cuadraba y fue como empecé con todo esto: a imaginar la cara de Alexa cuando descubrió que aquella noche él la siguió hasta su casa; de su sorpresa cuando la metió en la camioneta y le dijo que se la mamara porque estaba bien buena; que le traía ganas desde que lo había mandado a la chingada cuando la quiso besar y Alexa comenzó a besarme; que muchas veces se había puesto bien chido pensando en nosotras metidas en su cama. 

¿Cómo se todo esto? Porque me tardé solo un mes en hacer que el pendejo se enamorara de Lilí; de que cada día para él fuera una necesidad estar en contacto con ella. 

Me hice la tonta bajo ese perfil, le conté que vivía sola con mi papá; acababa de llegar hacía dos semanas, no conocía a nadie, me sentía triste porque mi mamá acababa de morir de cáncer, que por eso habíamos cambiado de ciudad; mis amigos habían dejado de hablarme; estaba confundida y nadie me entendía. Justo lo que el ego de Mauricio necesitaba, hacerse el fuerte, el bueno, el chingón. Siguiéndolo en sus redes y en físico encontré que su debilidad era esa, tenía que sentirse bueno con las mujeres porque su papá le pegaba unas chingas a su mamá, tan de mierda que un día la mandó al hospital. Eso se hizo público: el reconocido abogado casi mataba a su mujer. Encontré la noticia en Google. Su mamá y él cambiaron de ciudad; así que al hacerme la huida caía perfecto. Nunca sospechó que debajo del perfil de Lilí estaba yo. Hice que siguiera todos mis videos. El pendejo me buscaba varias veces al día para pedirme que nos conociéramos en persona, pero yo tenía que planearlo todo poco a poco. Tuve que bloquear el IP del teléfono, tuve que pagarle a un güey que cifraba las conversaciones, o no sé qué mamada, para que no se guardaran. Tuve que aprender a hablar como niña fresa y fingir que me gustaban los hombres. Aprendí que si das de a poco, recibes de a madres de atención. 

Lo traje hecho un pendejo, aunque había veces que llegué a creerme lo que me decía; tenía una pinche labia que no mames. Creo que por eso caía bien: bien protector, bien chingón. Su mamá era lo máximo para él, una mujer chingona que había dejado al cabrón que casi la mata, para salir adelante sola con su hijo que en aquel entonces tenía dos años. Obviamente, su mamá lo hizo creerse único, que el mundo podía pertenecerle, que era un rey ante todos, y yo también empecé a hacérselo creer. Para Lilí era el rey de su vida. Le hice creer que sin él ella no podía respirar, que con él la vida era hermosa, la vida era mejor. Tenía todo planeado, así que decidí que ya era hora de verlo frente a frente y partirle toda la madre. 

Nos vimos por la noche en un parque. Me prestaron una moto con la que llegué como batichica; con el casco y el cubrebocas no me reconoció. Le invité a dar una vuelta en la moto y luego luego aceptó; se subió atrás, sentí su pene erecto en mi nalga. Lo tenía redondito a mis pies, o a mi culo, que era lo que yo quería. Empezó a tocarme y le di entrada hasta que le dije no, justo cuando llegamos a una construcción cerca del parque, que yo había visitado cuatro veces en diferentes horas para conocer el movimiento de gente, hasta que descubrí que tenía más de seis meses abandonada. Era el lugar perfecto. 

Pinche Mauricio caliente. Le dije que, aunque me gustaba mucho, yo no quería que en la primera cita tuviéramos algo más, que todavía me sentía sola y no quería que fuéramos tan rápido. Vi cómo sus nudillos se empezaron a tensar, pero agarró la onda. Me detuve y me senté de espaldas sobre él, que estaba recargado en la moto. Empecé a sentir de nuevo su erección y comencé a tocarlo para que se calentara más. Le dije que como no sabía si estábamos libres o no del virus, no podíamos besarnos ni vernos de frente, así que solo movía mis nalgas para tenerlo ahí dominado. Pensó que mi mano era lo que lo frotaba, hasta que se dio cuenta de que era un cuchillo. Me dijo: «¿Estás loca o qué pedo?». Le contesté que eso me excitaba, y el güey se la creyó, hasta que se lo enterré en medio de las bolas. Cayó gritando como loco, pero no había nadie cerca. Su sangre caliente brotó, y el olor me dio tanto asco que vomité. Su cara de no mames cuando me reconoció, no tiene precio. 

—Así de sola estaba Alexa, ¿verdad, cabrón? Así gritaba, y aun así seguiste violándola hasta que te viniste en el condón, porque no hubo rastros de tu pinche semen de mierda, ¿verdad, pinche culero? 

Ahora no sé cómo tuve tanto valor para continuar y no salir corriendo de ahí. No sé cómo saqué el cuchillo de su entrepierna para cortarle el pito flácido, y seguir viéndolo retorcido de dolor. No sé cuántas veces le pateé la cara para que me dijera lo que había hecho con Alexa: sí, él la subió a la camioneta, le pidió que se la mamara, la violó y madreó hasta que dejó de moverse. El pendejo ni siquiera pudo tener los huevos de dejarla en un lugar donde la encontraran con vida; se le hizo más fácil meterla en una bolsa, pues así ella no podría acusarlo cuando despertara; le dio un par de patadas en la cabeza y la aventó como basura. 

—Hijo de tu puta madre, ¿qué chingados te había hecho ella? ¡Culero! ¿Ser la única que te mandó a la chingada y no te hizo sentir el más chingón?, ¿pues qué crees, pendejito de mierda? ¡No eres nadie!, ¡no eres rey de nada!, ¡eres un pobre pedazo de mierda, que en este pinche momento se va a ir a la verga! 

No sé cuántas patadas le di, no sé cuándo dejó de respirar, no sé cómo hice para deshacerme de todo lo que traía puesto, de quemarlo todo, incluido él, y dejarlo ahí medio achicharrado para que sintiera todo mi dolor; el dolor de los padres de Alexa, el dolor de su propia madre, que no iba a poder reconocerlo. Metí el pantalón de piel en una bolsa, las botas que traía; recogí mi propio vómito; rasqué para mover la tierra y al final dejé el pedazo de cuerpo achicharrado que quedó de Mauricio en los cimientos del terreno.


Hasta hoy han pasado seis meses y nadie sabe dónde está, pero como él no traía piercings ni tatuajes, no era un puto buscando, no era una nalga pronta caliente que fue para que se lo cogieran, sino un niño de bien, que seguramente fue secuestrado, porque la camioneta fue encontrada intacta. Mauricio era muchachito de familia, con grandes sueños y planes para una vida perfecta, pero entre sus planes se atravesó matar a Alexa y se le atravesó también mi dolor. 

Fui a declarar, como muchos cuando encontraron a Alexa; todos coincidimos en que Mauricio era estudioso, buena onda, hasta caballeroso, que seguramente algún narco o quién sabe qué tipo de malandro lo había secuestrado. Es más, tal vez hasta su propio padre lo había encontrado y se lo había llevado a la fuerza al extranjero. 

Así, con el mismo pinche cinismo con el que él fue a dar el pésame, le di un abrazo a su madre; pobre mujer, lo mejor es que crea que está vivo en algún lugar del mundo. 

¡Mierda! Muero por darle ese último beso, muero por no haber ido aquel día con ella, muero por no encontrar su risa en mi pantalla, oírla cantar, sentir cómo nuestra piel se enchinaba cuando nos rozábamos las manos en la cafetería, a escondidas de la dueña. Muero porque nueve meses no fueron suficientes para decirle cuánto la amaba, cuánto me ardía la piel de imaginarnos juntas. Muero al saber que lo último que sintió fue dolor, muero porque, aunque yo haya hecho lo que haya hecho, no la devuelvo a mí. Muero porque cada minuto sin ella es ya estar muerta. 

—Padre, esto es todo lo que tengo que confesar. Lamento mucho haberle hablado con tanta grosería, pero neta debe entender que aún estoy muy enojada y confundida. Ahora, haberlo hablado con usted me hace sentir más tranquila porque sé que Dios comprende que todo lo que hice fue solo por amor. 

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