Hoy los veo

En los cruceros de la ciudad se han convertido en parte del paisaje junto a vendedores ambulantes, franeleros, malabaristas, tragafuegos, chavos que venden pan dulce y mujeres indígenas con niños sujetados a su espalda. A través de la ventana del auto los veo pasar, pero estoy más atenta a la pantalla del celular mientras espero el cambio de semáforo; viéndolos no los veo.

Hoy, mientras el semáforo está en rojo, decido observarlos, hacerme consciente de lo que ocurre a mi alrededor. Ahí están: una familia de migrantes. Papá, mamá y dos pequeñas menores de seis años. Se acercan a los carros pidiendo ayuda para comprar algo de comer. Están por llegar a mi ventana… La luz cambia y avanzo.

He manejado inconsciente, como si estuviera en modo piloto automático. No dejo de pensar en esa familia. ¿Qué ha vivido una persona para decidir marcharse de su país y su hogar, aventurándose a lo desconocido y al peligro?

¿De dónde son? ¿El Salvador, Honduras, Guatemala, Belice…? ¿Cómo se puede vivir sin la seguridad de un techo y del próximo alimento? ¿Cuántos kilómetros han recorrido? ¿Dónde dormirán hoy? ¿Habrán comido algo? ¿Dónde estarán mañana?

¿¡Qué desesperación debe de sentirse para arriesgarse a secuestros, violaciones, asaltos, abusos de autoridad, discriminación y racismo!?

¿Llegarán a Estados Unidos? ¿Qué les espera allá?

Pienso en La Bestia, ese tren marchando a toda velocidad con migrantes sobre sus vagones. Siento escalofríos y una opresión en el pecho mientras otra pregunta llega a mi mente:

¿Por qué ellos sí y yo no?

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