Las pérdidas que compartimos

Siempre vemos las montañas enfrente de nosotros
 y olvidamos que las montañas que dejamos atrás
 fueron exactamente igual de difíciles de escalar.

Marjorie, serie Mom

La vida que pulsaba dentro podría haber sido comparada con tamaños de frutas semana a semana. A casi veinte semanas, se encontraba entre el tamaño de una pera y un pimiento. Su corazón latía entre 120 a 160 latidos por minuto, hasta que inexplicablemente éste se detuvo y con él mi mundo entero. Me invadió un mar agitado por dentro. Imposible de contener pues las lágrimas escapaban junto con el alma que me abandonaba, llenando mi interior la oscuridad y desolación que me rodeaban en ese frío cuarto de hospital, insensible y muerto.

Quise perder la conciencia. Para no recordar cuando tuvieron que arrancármelo del cuerpo. Cuando desperté, el vacío era inmenso, sin poder vislumbrar ni un inicio ni un final. Es incomprensible cómo mi corazón seguía latiendo con un dolor que lo cortaba en dos al mismo tiempo. Y, que a pesar de haberse roto en pedazos, cada pequeña partícula de él seguía llena de amor infinito por otros, por el sol y la lluvia, por ti y por mí.

Mientras trataba de coser mi corazón desecho, acepté que es necesario enfrentar los embates del dolor con serenidad para que la sabiduría llegue algún día. Pues para poder seguir caminando en este mundo donde la pena, la desesperanza, el miedo y la soledad nos acompañan, es necesario convertirnos en nuestro propio sanador y guerrero. Pero este camino no puede ser transitado solo. Para sobrevivir, me fue necesario apoyarme en mi pequeña tribu. Vivimos y morimos aparentemente acompañados, mas solo pasamos las pruebas de la vida cuando tenemos una telaraña de amigos y familia que nos sostienen con un corazón abierto y sincero.

Hoy, en medio de estos tiempos donde han habido tantas pérdidas y dolor, solo me queda acompañar. Hacer acto de presencia en la vida de los que quiero y preguntar ¿estás bien? mientras agradezco al cielo por poder estar contigo, verte a los ojos y darte un abrazo. Y así, poco a poco estaremos bien, juntos otra vez.

Nota: En Abril hace nueve años perdí a mi tercer bebé antes de nacer. Por fuera el mar, por dentro la angustia. Escribir sobre el dolor, exponer mis heridas frente al mundo, expresar lo que está en el fondo de mi corazón, es un proceso que duele pero también sana y da esperanza. Compartir me trajo la compañía de otros que conocen la pérdida. Una amiga muy querida me pidió escribir para inaugurar Corazón Gruyer. Éste es el resultado que titulé «Las Pérdidas que Compartimos», frase que ella adoptó para su blog. Cada abril duele recordar. Tengo fé que nos vamos a reencontrar. Mientras tanto desde donde estoy, a tí hijo o hija, te envío el abrazo que no te pude dar. https://www.corazongruyer.com/about-5

2 comentarios

Añade el tuyo →

Deja una respuesta