Llegaron las Camacho

Hace varios años acompañé a mi mamá a llevar a mi abuela al médico, una escena bastante común, no lo era, fue la primera y última vez que las tres generaciones vivimos una experiencia de ese tipo,  fui porque el médico es tío de mi esposo y agendé la cita.

—¿Fuma? — preguntó el médico a mi abuela después de revisar las placas de sus pulmones. No,nunca he fumado, respondió ella sin mirarlo. ¿Cocinó con leña? Se aventuró el doctor. Sí, lo hicé por muchos años. Eso explica el deterioro de sus pulmones. Puntualizó el médico.

Trabajé mucho. Prosiguió mi abuela. Echaba las tortillas muy temprano y después trabajaba en el campo.

Para mí, mi abue siempre fue viejita, era la típica abuelita con cabello blanco, lentes y arrugas, su apariencia engañosa escondía una vida fascinante, de la que desafortunadamente sé poco, fui consciente de ella en esa visita al doctor.

Nació en la época de la Revolución Mexicana y vivió su adolescencia en los años de la guerra cristera. Me contó que una vez se escondieron en el cerro, huían de los cristeros o los soldados, no especificó, me gustaba imaginarla tomada de la mano de su hermana mientras corría y esquivaba piedras y cactus para llegar a la nopalera que servía de refugio.

Cuando era niña visité varias veces el pueblo en donde vivió mi abuela y nació mi mamá, recuerdo que había una casa en ruinas, quedaban algunas paredes, sin embargo su aspecto señorial contrastaba con el resto del lugar. Era la casa de mi abuela, su familia era acaudalada mi bisabuelo fue hacendado, lo perdieron todo con el agrarismo. 

Mi abuela era una mujer alta, montaba a caballo y le gustaba bailar, contaba que los bailes empezaban al grito de: “¡Ya llegaron las Camacho!”. Me fascinaba escuchar esas historias, la imaginaba guapa, grandota y alegre desmontando y “partiendo plaza“ junto a su hermana y sus primas, eran los años treinta del siglo pasado.  

Su piel blanca se llenó de arrugas por trabajar muchas horas al sol, desde muy joven partía al campo con solo un sombrero como toda protección, trabajó más de veinte años sembrando y cosechando. Se casó muy joven, vivió la muerte de su hijo mayor cuando éste tenía tres años, mataron a su primer esposo, quedó viuda con tres hijas y un hijo, después conoció a mi abuelo con quien tuvo a mi mamá y otras tres hijas.

Sabía coser y hacía deshilado, aún conservo unas carpetas que hizo en sus últimos años cuando solo podía estar sentada en la cama después de una cirugía de cadera. Le gustaba el café, no tomaba alcohol, tengo memoria de algunas ocasiones en que tomó cerveza. Torteaba gorditas y las ponía en un comal al fuego de un anafre. 

En 1960 llegó a León después de un atentado en el que mi abuelo casi pierde la vida. Supongo que no fue fácil comenzar una vida en la ciudad, nunca me lo contó. Mi mamá dice que les costaba mucho trabajo respirar debido al olor y la contaminación que producían las tenerías que estaba cerca de su escuela.

No fue una mujer cariñosa, mi mamá y yo tampoco lo somos, demostramos el amor ofreciendo comida, comprando fruta o alguna golosina, cuidando en la enfermedad, somos mujeres de acción, de hechos. Mi abue me recibía preguntándome si ya había comido, me ofrecía tortillas con sal y me regalaba historias. Mi abuela era fuerte física y emocionalmente, no recuerdo haberla visto llorar, se aferró fuertemente a la vida hasta al final. 

Murió a los noventa y seis años, los últimos fueron los más difíciles. Mi mamá me contó que muy enferma y cansada preguntaba: “¿Será que me voy a componer?”. Su larga vida me permitió tenerla en mi boda, que conociera a mi hija e hijo y poder tomar una foto de las cuatro generaciones de mujeres: mi abuela, mi mamá, mi hija y yo. Al momento de su muerte le sobrevivieron sietes hijas, un hijo, ocho nietas, siete nietos, siete bisnietas y seis bisnietos, hoy la familia es un poco más grande y una de mis tías se reunió con ella unos años después, desde que murió mi abuela se terminaron las navidades juntos, ya no nos reunimos.

La vida me regalo treinta y dos años con ella, hoy que tengo cuarenta y cuatro lloro cuando la recuerdo o veo alguna foto de ella,  mientras escribo este texto también lloro. Dicen que se tiene un lazo muy especial con la abuela materna debido  a que los ovocitos de la madre se encuentran en ella desde la etapa fetal, por lo que en algún momento, mi abuela, mi madre y una parte de mí fuimos una al menos por cuarenta semanas, no sé que tan cierta sea esta información, a mí me gusta pensar que lo es, sé que en mí hay mucho de ella.

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