Regresó al pueblo donde nació. Al lugar donde pasó su infancia y su juventud. Esperaba encontrar los sembradíos entre las casas, los terrenos baldíos y las montañas verdes libres de concreto. Recordaba oír a los perros ladrar libres, a los gallos cacarear de alguna granja cercana, a los vendedores en bicicletas gritando sus productos. Volvió a oír el chirrido del tren y su bocina pitar. Cuando vivía ahí no llamaba su atención, era algo cotidiano y puntal. Ansiaba saludar a conocidos en tiendas, restaurantes, en la parada del semáforo. El sabía perfectamente que todo eso ya había cambiado.
¿Qué ciudad no ha crecido alarmantemente? Somos demasiados y lo hemos invadido todo. Construcciones, ruido y autos. Llegaron personas de otros lugares, nacieron muchos nuevos y es ya imposible conocernos todos. Lo sabía perfectamente con su mente. Pero su corazón extrañaba. Todos los rincones del país cambiaron, pero era ahí, en su pueblo, donde él se daba cuenta, donde le calaba el recuerdo.
Salió de ahí hace ya 35 años. Se fue a estudiar, trabajar, buscar fortuna, a enamorarse.
No es la primera vez que va al pueblo, y aunque ya debía de haberlo asimilado, cada que vuelve espera encontrar lo que dejó. Aunque trataba de distraerse y no pensar para que la nostalgia no lo invadiera, parecía ser algo inevitable.
Muchos amigos se fueron, y los que quedan ya no viven donde mismo. Los grupos de reunión se han modificado, se mezclaron o disolvieron. Muchos papás murieron, se separaron. Algunos siguen conservando la misma casa, pero la mayoría viven ahora en nuevos lugares donde antes no había nada. Las escuelas crecieron, evolucionaron. Aquellos espacios abiertos se llenaron de construcciones, desarrollos, tiendas, calles, puentes. Pensaba ¿Cómo me puedo sentir tan parte de algo y tan ajeno al mismo tiempo?
En aquel ayer de su pueblo, él estaba lleno de ilusiones, de expectativas y sueños. Sentía un gran sentido de pertenencia a aquella comunidad, a aquel espacio. Atesoraba mil anécdotas, historias, momentos. Por eso ama regresar, para saludar a uno o dos amigos, conocidos, reconectar con lo que es suyo. Volvió a caminar por su calle, donde ya no había niños en bicicleta, ni jugando a las canicas. Se sentó debajo de su árbol, donde ya nadie trepa, volvió a ver el patio donde ya nadie se moja, entró en la iglesia antes llena de familias amigas, ahora llena de viejitos, recorrió la calzada de arboles donde caminó de la mano de su primera novia, saludó al vendedor de dulces que ya no lo reconoció.
Paso frente a su antigua casa, donde ahora viven otras personas, pasó despacio, queriendo reconocer todo, revivir todo.
Impulsado por ese deseo de recordar más, tocó el timbre
— ¿Quién?
— Buenas tardes, oiga, perdón que los moleste, — se presentó amablemente con apellidos completos — fíjese que esta casa era de mis papás, aquí crecí y no sé si fuera muy inoportuno que me permitiera entrar. Me encantaría entrar para recordar. Hace 30 años que les vendimos la casa. — Dijo tratando de generar confianza a través de ese interfono sin cámara, impersonal y con interferencia de ruidos.
— Mis papás no están, si quiere volver después.
Intentó platicar un poco más, que no tardaría, que conocía a los vecinos…
No hubo manera.
— No, mejor venga después. — Y la bocina se apagó
Subió al auto sin descartar la posibilidad de regresar e intentarlo otra vez en su próxima visita. Aunque también le consolaba saber que era mejor recordar aquel lugar lleno de luz y alegría, en lugar de verlo transformado en algo ajeno e invadido por otras personas.
Aquellas visitas a su pueblo le servían para recordar que todo es pasajero, que su afán de aferrarse a lo que le gustaba solo le hacía sufrir. Llego a su casa, a su familia, a su presente, para escuchar a sus hijos hablar de sus amigos, su escuela, su comunidad, como si todo fuera a perdurar por siempre. Iba a advertirles que nada es eterno. Se rió por dentro y prefirió guardar silencio. Después de todo, creía que la nostalgia, tal vez, sí es infinita.
7 comentarios
Añade el tuyo →Más de alguno hemos tenido la curiosidad de volver a entrar a aquella casa donde vivimos una infancia feliz.
Recuerdos que se atesoran en el alma.
Así pasa, así me paso !!
Yo fui a las 2 casas en las que viví infancia y juventud, di es una extraña sensación de recuerdos, aparte todos los espacios se achican «como por obra de magia», pero es lo poco o mucho que hemos crecido…Me gustó mucho regresar y compartir ese momento con uno de mis hnos que unos meses después falleció.
Fabuloso el cuento casi relato, felicidades estoy orgulloso de ser tu tío.
Yo no la escribi, ni naci en ese pueblo, pero la historia la hice mia.
Quién no ha sentido esa nostalgia?
Aferrarse al recuerdo de los primeros años, cuando nos arropaba la ternura de nuestros padres y porque no? En los regaños y llamadas de atención que eran para hacernos «gente de bien»
Ver la casa y la ciudad donde fíncaste tus ilusiones y la esperanza de ser «alguien en la vida»
Ah…. que recuerdos!!!!!
Lindo Lume!!!
Como dice el refran «él se fue de el pueblo, pero el pueblo no se fue de él».
Yo dejé dos pueblos, Zamora e Irapuato, sentí cada párrafo del relato, literal y hasta el hueso! Por eso ahora me cuesta salir de mi pueblo actual, no vaya a ser que ya no vuelva. Un abrazo Lume.