Del otro lado de la pantalla escucho la indicación de Omar: «Escribir una crónica de algo que haya sucedido en los últimos meses, procurando no caer en lugares comunes». En mi mente repito: «¡Sin caer en lugares comunes!». ¿Cómo evitarlos? Durante estos meses parece que la mayoría de los seres humanos hemos vivido lo mismo. Incluso la muerte es un lugar común hoy en día.
¿Qué he vivido durante estos casi 11 meses, que valga la pena escribir en una crónica?
Mi mente: «¡Sin caer en lugares comunes!». Inició la lluvia de ideas:
1. Confinamiento
2. Escuela a distancia
3. Reuniones virtuales
4. Caravanas cumpleañeras
5. Planes pospuestos o cancelados
6. Festejos y festividades vividos de manera distinta
7. Depresión
8. Ansiedad
9. Impotencia
10. Miedo
Nada parecía satisfacerme, todo me sonaba a lugar común. ¿Cuál es la experiencia significativa que he vivido en estos tiempos?
Entonces recordé a Kyra.
Kyra no es mi perra, tampoco vive en la casa. Beto, mi esposo, la adoptó hace poco más de un año y vive en el billar, una especie de salón de juegos que élacondicionó como oficina. Ubicado al final del parque frente a la casa, le quedó como anillo al dedo para esta situación de home office.
Cuando empezó a acondicionarla nunca imaginó que le facilitaría tanto la vida durante el confinamiento.
Cuando Kyra llegó a casa, Beto —sabiendo de mi negativa a acoger otra mascota— me soltó: «Es mi perra y no va a vivir aquí».
Ante tal afirmación no objeté nada. Kyra vive en el billar y acompaña a Beto todos los días en su jornada laboral. Tal como lo prometió, él se encarga de ella: paseos, baño, vacunas, entrenamiento, alimentación y todo cuanto necesite.
En casa tenemos dos perras: Micha, una cocker spaniel excesivamente territorial, celosa, posesiva, muy cariñosa y barbera, por no decir lambiscona, que además se siente humana. Por otro lado, está Julie, una mestiza, cría de una perra que deambuló varios años por el fraccionamiento. Una tarde, mi esposo la encontró con una fila de cachorros pulgosos detrás de ella.
Recuerdo que yo estaba en una despedida de soltera cuando Beto me llamó para decirme con frases entrecortadas:
—¡La perra del fraccionamiento…! ¡Perritos! Necesito un veterinario.
Esa tarde mi esposo rescató a Julie.
Ella tiene la columna vertebral desviada y las patas traseras casi juntas, lo cual le impide correr; y por más que coma no sube de peso. Es muy tímida y temerosa. Nos costó mucho trabajo lograr acariciarla y sacarla a pasear. Encontróen Micha una figura materna, y Micha encontró en Julie a quien dominar.
Por su parte, Kyra está llena de energía, le encantan las caricias y disfruta mucho mojarse. Sí, le encanta el agua. Una tina es su alberca privada. Disfruta mucho los paseos. Si un día Beto no la saca a pasear, seguramente habrá algún destrozo en el billar. Es necesario canalizarle tanta energía con ejercicio físico.
La vida familiar acontece en compañía de tres perras muy diferentes entre sí. Cada uno de nosotros tiene su consentida: la de Beto y Sofi es Kyra; la de Joaquín es Julie, y la mía es Micha.
Un día Beto me dijo que quería otra perra, cría de Kyra. Me negué categóricamente, pero él me recordó que Kyra no era mía.
Comenzó la tarea de buscarle novio. Yo solo escuchaba los planes de mi marido con un disgusto que me costaba bastante disimular.
Un vecino tiene un macho de la misma raza; fue el elegido. No quise saber nada del apareamiento, mientras que Beto se mostraba sumamente entusiasmado. Transcurrieron las semanas, y yo la veía igual. Me alegraba pensar que no había quedado preñada. Mi marido sí notaba cambios en ella. Yo seguía sin percibir nada; pensaba que tal era mi negativa a que la perra tuviera cachorros, que por eso no veía el avance de la gestación.
Kyra pasó de ser una perra alegre, activa y juguetona a estar inapetente y desanimada, aunque siempre hacía un esfuerzo por jugar a la pelota. Pensamos que se debía al embarazo, pues incluso dejó de comer.
El domingo fue un día especial, ya que después de meses de confinamiento tuvimos una comida familiar con mi suegra, mi cuñado y su familia. Como todos los fines de semana, Kyra estaría de visita para no pasar el día sola y encerrada, y así convivir con Micha y Julie. Mi hija fue a recogerla. Volvió preocupada: comentó que Kyra apenas caminaba —nuevamente se lo adjudicamos al embarazo. Durante la comida se mostró dispuesta a jugar, mas no estaba entusiasmada ni mucho menos corría con la energía que la caracterizaba.
Esta sería la última vez que vi a Kyra.
Al día siguiente, Beto trató de localizar, sin éxito, a la veterinaria. El martes 15 de septiembre la llevó a una clínica cercana sugerida por Google. Me llamó para decirme, angustiado, que Kyra perdió los cachorros, que eran ocho y que algunos de ellos llevaban muertos dentro de ella al menos un par de días. En ese momento la operaban de urgencia para salvarla; el pronóstico era desalentador.
Sentí como si mi corazón fuera una hoja de papel que alguien arruga y hace bolita. Pensé en mis hijos, quienes adoran a Kyra. Decidimos no comentarles nada mientras tanto. Joaquín, mi hijo, por casualidad se enteró de la situación y estuvo todo el día bastante acongojado y preocupado.
La operación terminó a la una de la tarde. Kyra seguía delicada. Debíamos esperar al menos 24 horas.
El tiempo pasaba lento. Mientras esperaba noticias, recordé ese primer momento con Kyra. No la primera vez que la vi, sino ese primer instante entre ella y yo: Kyra se mostraba tímida con mi presencia; esa vez fue diferente. Empujó mi mano con su hocico, de tal manera que su cabeza quedó debajo de ella: me invitaba a acariciarla. Tomé su cabeza y la vi. Sus ojos vivos me transmitieron agradecimiento y lealtad.
La mala noticia no tardó en llegar. Kyra murió esa tarde; la infección causada por contener a sus cachorros muertos fue demasiado para su salud.
Beto tenía mezcladas dos emociones: tristeza y enojo. Había perdido a su compañera del día a día: su perra, a quien cuidó y entrenó con tanto cariño y paciencia.
Aunque era suya, todos la perdimos, todos lloramos; también Miguel y Araceli, quienes trabajan en nuestra casa.
«¡Es solo una perra, un animal!», dirían algunos. Si es así, ¿por qué las lágrimas no dejaban de brotar de nuestros ojos?, ¿por qué dejamos intactos los tacos dorados —nuestra cena mexicana— sobre la mesa?
¿Por qué sentíamos un vacío?
Los sentimientos no son exclusivos para vivirlos y expresarlos solamente con otros seres humanos. Los animales pueden ser merecedores de nuestros más puros y profundos sentimientos; se los ganan con su compañía, lealtad, juegos e incluso con sus travesuras.
Gracias, Kyra, por hacerme quererte y extrañarte.
Tu mirada, esa primera mirada que compartimos, tan limpia y sincera, quedará guardada en mi memoria. Fuiste una perrita única. Y por ser tan única, la crónica de tu muerte no puede ser un lugar común.
2 comentarios
Añade el tuyo →Oh que hermoso, me dio tristeza
Ayy CHARY que bonito describiste la vida de Kira, me remontaste justo a ese domingo, que ya la vimos muy malita me sacaste .
FELICIDADES escribes muy ameno !!!!
GRACIAS