19.09.85 • 7:19 am

Como ve que los hombres siguen en su pelea,
Sssh sssh…
ella regresa al fondo de la tierra. 
Sssh sssh… 
ella hace temblar… ella desaparece.

Hay muchas historias de esta fecha en este horario. Han pasado 37 años y no quiero que la mía se olvidé, se confunda o se pierda.

La conté tantas veces que ya no sé que es verdad. Ese día todo cambió para muchos, para otros la vida siguió su curso, pero para mí ya nada fue igual.

Salí de casa a las 6.45 am. Tomé al autobús Basílica – Auditorio como todas las mañanas para ir a la preparatoria. El clima de septiembre es un poco raro en la ciudad de México, creo que le dicen microclimas, no sé si antes eran diferentes las estaciones, pero en ese entonces llovía por la mañana y a medio día el sol salía y a los veinte minutos podría volver a llover o después sacudía un viento frío. Mi escuela estaba pasando la glorieta de la hoy extinta palmera de Reforma, ese día hizo frío y estaba nublado. Mis clases eran a las 8 am, pero a mi me gustaba salir con tiempo para poder llegar antes y tener un rato para comentar con mis amigos, era jueves y la emoción de iniciar el fin de semana era algo muy chido.

Mi mamá me acompañó ese día, iba a una junta de las oficinas en la SEP que están en San Ángel, su cambio de autobús iba a ser en la estación Insurgentes. Tomamos un desayuno ligero: una manzana, avena y café. Ese fue lo que me mantuvo con el estómago lleno sin saber lo que pasaría después.

Todo iba normal, me despedí de los vecinos que salían a trabajar o a llevar a sus hijos a la escuela. Mi mamá usaba zapatos bajos y enfilamos el trayecto a calzada de los Misterios. Tomamos el segundo autobús que pasó, era una mañana muy ajetreada, coches, pitidos, los microbuses que se pisan las llantas para ganar el pasaje. Nos subimos. Conseguí un asiento para ella, a un lado de la puerta trasera. 

En las mañanas los olores son soportables. Café, lociones, comida, pero son frescos, no son agrios como en la tarde. No sentí nada especial, no medí el tiempo, era un jueves como cualquier otro. El chofer del autobús peleó su carril para cruzar la avenida Manuel González, en ese momento se detuvo, fue como si el señor tuviera una alarma activada, nos pidió silencio a gritos.

¡Callénses! ¡Callénseeeen! ¡Los de atrás, callénsen!

Todos nos quedamos en silencio, empezó a crujir el piso. Todo en el autobús se empezó a tambalear. 

En la primaria, miss Cecilia había leído la leyenda de la serpiente, la que cuenta que una vez había una serpiente que, cuando los hombres se pelearon, desapareció y que cuando regresa toda la tierra tiembla, se hacen grietas y al ver que las cosas siguen igual con la humanidad desaparece de nuevo.

Sentí como la serpiente subía del interior de la tierra, como se empezó a quebrar el subsuelo, escuché su cascabel, lo vi levantado en los edificios de Tlatelolco, moviéndose en muchos sentidos, vi como empezó a caer un edificio, vi una nube tan grande que cubrió el resto.

Por primera vez en mi vida, el tiempo se detuvo, vi a mi mamá quebrándose como nunca. Vi el terror en los ojos de cada pasajero. Todos bajamos del autobús mareados. Creímos que la tierra seguía moviéndose porque no podíamos pararnos en nuestros propios ejes. Era el miedo que recorría las piernas de todos, era la serpiente avisando que estaba aquí y que volvería.

Mi mamá me suplicó regresar a la casa, pero no podía.  Algo desconocido me pidió seguir la nube. En ese momento le pedí que se fuera a la casa, mi abuela ya era muy grande y necesitábamos revisar que estaba bien. 

—Mamá, regresa a casa. No te detengas veas lo que veas, escuches lo que escuches, sigue hasta la casa. Te veo más tarde.

La besé y seguí caminando.

La estructura de arcos que me ayudó muchas veces a llegar a la Plaza de las Tres Culturas estaba cubierta de escombros, olía a gas, no pude ver las planchas de concreto llenas de sangre. Caminé hasta llegar a lo que hacía 3 minutos era el edificio Nuevo León. Mi cuerpo respondió a lo que mi mente no comprendía. Mis manos empezaron a rascar y rascar. No me di cuenta cuando los demás llegaron y empezaron a levantar los escombros, en unos minutos éramos cientos de personas, vecinos de Tlatelolco, gente que como yo, estaba de paso, todos tuvimos el mismo fin común, rascar hasta encontrar. Olía a quemado, a cosas que no entendía, en ese momento por primera vez, inhalé el olor a muerte.

Pasé todo el día en esa montaña de escombros, con gente que no había visto antes, llegó ayuda con perros, con comida, con agua. 

No puedo contar lo que desenterré con mis manos porque mi mente aún no lo alcanza a develar, mi historia no es triste, no es de ser un héroe. Solo fui un muchacho de 17 años que sobrevivió a un terremoto, que ayudó a ubicar personas, no quiero que se pierda mi historia porque estuve ahí. Quiero que se recuerde porque la serpiente me encontró de nuevo en el subsuelo un 20 de septiembre y sobreviví también, en medio de cadáveres y columnas retorcidas. Quiero que se recuerde porque jamás volví a ver lo que pasé en esos dos días. Todos unidos con el único fin de sobrevivir, los enterrados en los escombros y los que queríamos sacarlos. 

Recuerdo a mi abuela cuando me recibió en la madrugada con un café y un pan de nuez caliente. Me abrazó y besó como si no hubiera mañana. Hoy ella ya no está entre nosotros, pero lo que me dijo siempre viene a mi mente.

—Sobreviviste por un bien mayor, porque tenías que contar tu historia para que la serpiente dejé de venir, para que vea que la humanidad si puede vivir en paz en comunión con todos.

Pasaron muchos años para que la serpiente volviera en un 19 de septiembre, sólo que esta vez la humanidad ya no está unida. 

10 comentarios

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Que bello texto, gracias por compartir tocayita. Hasta las lágrimas me sacaste. Estás fechas y eventos me conmueven, me hacen recordar lo frágiles y efímeros que podemos ser, pero también reconocer la enorme capacidad que muchos tenemos para ayudar por el simple hecho de hacerlo.
Saludos ‍♀️

Gracias por leer tocaya, y si estas fechas nos recuerdan lo frágiles que somos y lo maravilloso que es cuando nos juntamos en un bien común. Saludos

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