El tren de mi vida

El tiempo se me va, corre huyendo de mí. Percibo cómo se escabulle segundo a segundo para no regresar jamás.

El momento ya vivido no vuelve, ni se puede recuperar.

Ansiedad… que llega intempestiva cuando pienso que tengo casi cincuenta.

Siento que el tiempo no me alcanza, que el día de mañana o en una semana todo se acaba y me quedo inconclusa: sin terminar las tareas de la semana, sin finalizar los sueños creados en el aire, sin acabar de llegar a ser quien quiero ser.

Me consuelo pensando en que las mujeres de mi linaje viven largas vidas, permanecen por más de cien, más de noventa; que mis padres llevan ya más de siete décadas, y sin embargo hasta ocho por diez me parecen pocos.

No quiero faltar a las citas programadas: a las bodas de mis hijos, a la llegada de los nietos o hasta bisnietos, a los viajes con las amigas cuando nuestros cabellos sean hilos de plata, o incluso a funerales de los pasajeros que me acompañan en el tren de mi vida.

¡Basta! ¡Deja de pensar! Pues en tanto ir y venir con estas palabras en mi cabeza, el corazón se acelera al punto de saltarse los latidos que me mantienen con vida.

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