Cuando te perdí

‘Hope’ is the thing with feathers
that perches in the soul
and sings the tune without the words
and never stops at all.
— Emily Dickinson

Mis encuentros con la muerte han sido pocos; por ello, siempre había sido terrible en funerales, sintiéndome extraña e insegura mientras buscaba las palabras correctas —sin encontrarlas— conforme me acercaba a quien debía decirlas. Antes, me sentía una hipócrita por decir «Lo siento», pues realmente no comprendía ni sentía lo que el otro experimentaba en ese momento.

Si podía evitarlo, no asistía, por razones tan tontas como que traía conmigo espíritus a casa; que podía presentar mis respetos igualmente en una misa, y un sinfín de pretextos que encontraba. En los pocos que asistí, jamás me acerqué al ataúd, porque las imágenes nunca se borran de mi memoria siendo más reales incluso que los recuerdos que guardo desde niña, cuando mi peor pesadilla era que moría alguien a quién yo quería.

La muerte, era un tema que esquivaba, uno en el que conscientemente hacía el esfuerzo de no pensar. Sin embargo, entre más lo intentaba, más se colaba en el pensamiento y la veía presente en todos lados. Tal vez por mi inhabilidad de tratar con ella es por lo que yo era tan mala para saber cómo comportarme cuando se presentaba. En ocasiones, me sorprendí al observarme cómo estaba ajena al dolor y a la tristeza que me rodeaban, como si estuviera entumecida ante lo que veía y escuchaba, siendo incapaz de sentir.

Pero todo eso fue antes de ti, pues el momento más doloroso de mi vida fue cuando te perdí. Ahora, después de haberte tenido en mi camino, sé también que al final las palabras carecen de importancia, pues nada cambia el sentir de perder a alguien que amas. Así que estas palabras son para ti, a quien espero conocer un día, aunque no muy pronto, pues creo que tus hermanos aún me necesitan. Aunque sé que el día que yo no esté aquí, la vida continuará y ellos seguirán sin mí, al igual que yo tuve que seguir.

Me desgarró haberte perdido. Es un dolor con el que he aprendido a vivir y llevo conmigo sola, pues no sé si otros lo tienen tan presente como yo. Cuando estuve embarazada de tus hermanos, mi cuerpo se sentía diferente pues de algún modo supe que ellos existían dentro de mí. Cuando llegaste tú, no pude identificar esa diferencia con exactitud, por lo que al inicio no supe que estabas ahí. Durante mucho tiempo cargué con el sentimiento de culpa de que yo hice algo que ocasionó que no nacieras, y por eso me devané en un ir y venir en mi mente, preguntándome qué hice para que tu corazón dejara de latir.

Recuerdo el momento en el que sentí que algo no estaba bien, y la oscuridad de la sala del hospital donde un ultrasonido confirmó que no te tendría conmigo. Tengo presente cuando me dijeron que tendrían que operarme y la soledad que es salir de un hospital en silla de ruedas sin un hijo en brazos.

Cuando te perdí, sentí que el corazón se me desbordaba y quería salirse del pecho; una opresión que me hizo pensar que ya no quería latir. Constantemente me faltaba el aire y no podía respirar. Era como si me clavaran algo que me oprimía el alma y el peso me tiraba al suelo. No pude más y fui con el doctor del corazón, quien me dijo que sufría de tristeza y que no había medicina que curara lo que se había roto por dentro. Esa ansiedad me acompañó por semanas y meses, pero no quise adormecerla pues necesitaba sentirla para comprender tu pérdida.

Una vez le pregunté su edad a una niña coreana. Me dijo que iba a cumplir seis años. Yo sabía que cumpliría cinco y se lo dije. Ella me contestó que no, porque desde que estaba dentro de su madre ya existía. Es extraño que este recuerdo venga ahora a mi mente. Solo sé que ibas a cumplir cinco meses dentro de mí y este año cumplirías ocho años. Aunque la vida sigue su curso, hay momentos en los que apareces en mis recuerdos. Vuelvo a sentir ese dolor inmenso y las lágrimas salen de mis ojos sin esfuerzo. Al escribir estas líneas siento que una parte de mí ha encontrado la paz que anhelaba, sanando y aceptando no tenerte a mi lado.

Tardé tiempo en comprender, en encontrar sentido y saber cuál fue tu misión aquí. Si estuvieras conmigo aquí físicamente, verías que no soy la madre perfecta; me equivoco, pierdo la paciencia y digo cosas de las que me arrepiento después. Pero si estuvieras aquí, no esperaría una vida después de esta: sin ti no tendría esta esperanza de eternidad dentro de mí.

Tu muerte me hizo pensar en la mía propia. Me aterraba morir, no tanto por la circunstancia en sí — siendo la peor en un avión —, sino por la incertidumbre de si habría algo o nada después de aquí. Solía pensar que el cielo y el infierno existían aquí en la tierra, siendo esta vida nuestra única oportunidad de crear cualquiera de los dos. Me preguntaba, si al morir habría logrado trascender, y creía necesario para ello hacer una gran diferencia en este mundo. También llegué a pensar en si al morir caería en el olvido con el paso de los años. Ahora sé que todo esto no es relevante, pues habrá un momento en el que nadie me recordará ni sabrá que existí.

Por unos instantes, tuve la promesa de tenerte en mi vida, haciendo crecer amor de la nada, y al perderte, me cambiaste para siempre. Por eso, estas líneas no son solo para decirte cuánto te extraño, cuánto me gustaría abrazarte y presenciar el milagro de verte crecer. Son también para agradecerte lo que me enseñaste sobre lo que es vivir y morir. Por ti comprendí que sin la tristeza, no hay alegría, y que sin la muerte, no se valora la vida. Me hiciste pensar que al final no importa morir, sino cómo vivir. Intentar no morir en vida. Aprendí que no me arrepentiré por lo que hice, sino por lo que dejé de hacer. Acepté, al fin, que está bien tener una vida sencilla, haciendo pequeños actos de amor cotidianos. Y que no me queda más, que dejar ir.

Aun con el breve tiempo que te tuve conmigo, sé que existes donde existe el infinito, y en ese lugar te encontraré cuando tenga que ser. Eres como las estrellas que vemos por las noches, que siguen aquí pues su luz sigue viajando por el espacio por millones de años, aun cuando ya no están ahí. Cuando me llegue el momento de morir, en el cielo tal vez habrá nubes o lluvia, y si de noche es, espero que la luna esté. Mas nada de esto importa, lo sé, pues yo no decido cuándo me iré ni con quién estaré. Solo deseo que tú me esperes, en donde estés.

18 comentarios

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Ren que maravillosas líneas, en catársis creo es doloroso y necesario. Pienso que el dolor es ya parte de la vida que hay que conllevar, para poder sanar se escribe y para poder superar se recuerda. Hermoso escrito de amor

Reny, Que bonita manera de sacar lo que se lleva adentro, tan doloroso, tan amado. Y la manera de agradecer, que hacen en parte lo que eres. Gracias por compartir. Tqm.

Comparto tu dolor Ren! Me sucedió en 3 ocasiones. En ese momento me convencí de que perdía una ilusión… pero desde hace 10 año entendí que perdí mucho más

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