7 kilómetros

Con un grito desmesurado el despertador  me ordena abrir los ojos.

Me cuesta trabajo despertar, es más fácil dejarse atrapar por la tibieza de las sábanas pero me armo de valor y renuncio al letargo.

Mi cabello es una maraña,  mis ideas también están despeinadas.

Abrochar las agujetas de mi calzado es una proeza, en la madrugada soy torpe.

No hay gente en las calles. Eligieron seguir dormidos.

Soy de las primeras personas en llegar al parque, aún no sale el sol pero las golondrinas revolotean alegremente con la certeza de que pronto vendrá.  Tengo frío, aprieto el paso, sé que la actividad me dará abrigo. Respiro  de manera  acelerada, juego con el vaho que sale de mi boca, me divierte.

Acostumbro caminar por la orilla de la presa, dejo la pista para los corredores audaces. Yo voy más despacio pues es la única manera de observar los detalles.

A lo lejos puedo distinguir a los pelícanos con su pico ancho, a los patos con sus silbidos y arrullos, a las garzas con su estilo refinado y a un par de flamencos que sobresalen del resto de las aves por su color rosáceo. Pero mi  favorito es el petirrojo quien me sigue durante todo el trayecto. Debe ser el Buen Espíritu que se disfraza con alas para hacerme compañía.

En mi andar saludo a los árboles, me doy cuenta que los Mezquites han envejecido, que a las hojas del Olmo les encanta la caricia del viento y que las Jacarandas se saben las más hermosas con su vestido azul violáceo.

En poco tiempo el sol ilumina todo el paisaje. Dibuja  el relieve de los cerros, reparte destellos en las diminutas olas de la presa y reverdece toda la flora. A mí también me llena de vida.

Me toma más de una hora recorrer el parque. Es algo que acostumbro con frecuencia, es mi ejercicio favorito.

También recurro a este espacio  cuando busco respuestas,  debo tomar una elección,  necesito estar a solas, cuando me habita el silencio  o cuando quiero charlar con Dios.

No hay una caminata que sea igual a la otra, todo es movimiento. La maleza crece, el agua  se evapora, las aves migran, los peces mueren, las semillas  brotan.

Yo  tampoco soy la misma después de caminar 7 kilómetros, a veces creo que cruzo un puente entre el cielo y la tierra.

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