Cuando mis hijos eran pequeños y regresaban del colegio, solía preguntarles: ¿Cómo te fue? La mayoría de las veces, su respuesta era un simple bien. Sin embargo, este bien me proporcionaba escasa información. Entonces, yo continuaba: Bien, ¿qué? En ocasiones, con facilidad agregaban detalles: bien padre, bien bien, bien aburrido. No obstante, terminaban respondiendo a mi ¿cómo te fue? con un bien queeeee…, agotados de mi tradicional segunda pregunta.
Fue entonces cuando me percaté de la necesidad de ser más creativa para descubrir cómo se sentían realmente: ¿Qué hiciste en el recreo?, ¿Cómo estuvo el partido?, ¿Qué clase fue la más aburrida?, ¿Qué te gustó?
La conversación siempre resultaba más enriquecedora cuando habían tenido un buen día, cuando sus caritas reflejaban alegría y diversión. Me contaban sobre los dulces que les habían dado, que no tenían tarea, o que habían sido invitados a una fiesta. Estas frases fluían sin dificultad. Pero se volvía más complicado cuando ocultaban un no me juntaron, me sentí solo, se burlaron de mí, no entendí nada, perdí mis cosas, no conseguí los tazos que quería. Se resistían a mostrar su vulnerabilidad.
Expresar cómo nos encontramos y cómo nos sentimos no es sencillo, ya que durante mucho tiempo nadie nos enseñó a identificar nuestras emociones. Las palabras adecuadas para describir lo que sentimos suelen ser esquivas. Los niños rara vez regresan de la escuela diciendo cosas como: Hoy me siento confundido o Estoy frustrado o Siento atracción por la persona que se sienta a mi lado. Los adultos, por su parte, también evitamos exteriorizar nuestros sentimientos de manera precisa. Rara vez escuchamos a alguien admitir que está confundido, que siente repulsión, o que experimenta asombro al ver el amanecer. Tampoco es común que admitamos tener miedo sobre cómo irá nuestro día.
A menudo, cuando nos preguntan cómo estamos, nuestra respuesta es un simple bien acompañado de una mueca que sugiere no preguntes. En este contexto, el lenguaje no verbal desempeña un papel fundamental, dado que no hemos aprendido a expresar nuestras emociones verbalmente. A medida que crecemos, persistimos en el hábito de no asignar nombres a lo que sentimos, limitándonos a términos como bien o más o menos.
Esta dificultad se complica aún más por el temor a mostrarnos vulnerables, como los niños.
Imagina si alguien solo conociera los nombres de los colores primarios, es decir, azul, rojo y amarillo. Esa persona tendría dificultades para describir los miles de colores que existen y probablemente acabaría llamando rojo a tonos que son naranjas o rosas. Para esa persona, sería un reto describir un lugar o un objeto de manera precisa.
Resulta interesante saber que en una encuesta realizada a muchas personas sobre cómo se sentían, la gran mayoría respondió utilizando solo tres emociones: tristeza, enojo o alegría. Esto es análogo a afirmar que todo es azul, rojo o amarillo, a pesar de la riqueza de colores que existen. En este contexto, la expresión estoy bien podría interpretarse como si estuviéramos describiendo que todo es beige o gris.
Nuestro lenguaje está intrínsecamente vinculado a nuestras vidas. La forma en que narramos lo que sucede nos permite dar sentido y significado a nuestra cotidianidad. Las palabras definen nuestra experiencia. Sin embargo, si solo tenemos tres palabras para describir lo que sentimos, nos resultará difícil identificar nuestras emociones. Nombrar nuestras emociones es el primer paso hacia el respeto propio. Nos proporciona una base sólida para decidir cómo manejarlas.
Experiencias como la frustración, el asco, la incomodidad, el asombro, el entusiasmo, la confusión, la duda, el dolor, la nostalgia, la euforia y el miedo, entre otras, componen la amplia gama de emociones que podemos experimentar.
¿Cómo podemos vivir sin reconocer la riqueza de nuestras emociones? Negar las reacciones de nuestro cuerpo, diseñado para responder al mundo que nos rodea, resulta contraproducente. Reconocer lo que sentimos nos brinda fortaleza, permitiéndonos establecer límites ante lo que nos daña y buscar lo que nos beneficia.
Al nombrar lo que sentimos, nos quitamos los anteojos monocromáticos que limitan nuestra percepción del paisaje emocional. En ese proceso, dejamos de tropezar y de privarnos de experiencias, enriqueciendo nuestra travesía vital. Enriquecer nuestro lenguaje emocional inyecta color a la vida, una vida que necesita tanto sombras como luces para ser plena.
Incluso al confrontar emociones aparentemente desfavorables, como el dolor, la duda, la frustración, la pérdida o la vergüenza, podemos reconocer que ser vulnerable no siempre es perjudicial, sino un aspecto inherente a nuestra humanidad. Brené Brown sostiene que la vulnerabilidad es un poder, una fuerza que no busca exhibir debilidades o errores, sino reconocer con valentía quiénes somos realmente y admitir nuestra necesidad de otros para conectar y sentirnos aceptados y comprendidos.
Antes de tratar de compartir lo que siento, me descubro preguntándome a mi misma, como lo hacía con mis hijos: ¿Estoy bien…. qué? Busco las palabras que den nombre a mis emociones, quizá así pueda encontrar salidas más saludables, aceptar mi vulnerabilidad y reducir la sensación de soledad, que en algunos momentos tengo.
9 comentarios
Añade el tuyo →muy buen escrito Lume.
Casualmente, ayer recordaba que tu papá corregía como debía, cuando alguien decía: estoy bien agusto, pero a estoy bien triste, etc…
Se dice y escribe: estoy muy agusto, estoy muy triste, y asi …
Cierto, como decía mi papá ‘bien contento’ esta mal dicho, es MUY contento!
Me encantó
Te leo y afirmo cuanto ayuda tu texto para comprender y concientizar de esta respuesta tan inmediata que damos y nos damos a nosotros mismos. Una respuesta mas alla de un bien , mal, maso dentro de una cotidianidad de prisa que nos lleva a una respuesta simple sin profundidad . Es un bien recibido este vernos yo diría vernos profundo antes de contestar.
Gracias por este ensayo Lume,
me motiva a seguir trabajando
en mi inteligencia emocional.
Efectivamente! Es algo que no se nos enseña desde pequeños… y así.. con el paso de los años es cuando empezamos a indagar realmente lo que sentimos y emociona.
Y hoy me siento bendecida y feliz de saber que cuento con personas como tú en mi vida que nos invitan a la indagación!
Te quiero mucho !!
Excelente como siempre Lumela!! Un abrazo. Me encantó
Además los sentimientos los confundimos y decimos. Estoy enojado. Cuando tengo una gran tristeza y así entonces hay que ser como muy puntuales al manifestarlos peque y además en mi cuerpo localizarlos
Es un buen ejercicio preguntarnos cómo nos sentimos? Y tratar de sacar nuestras emociones y darse cuenta q tenemos q conocernos mejor.Felicidades Lume nos haces pensar y replantearnos!