Del té al café, cincuenta años aquí

Esperaba que cuando cumpliera cincuenta ya hubiera descubierto los secretos del mundo, no nuevos dolores en el cuerpo. La realidad es que no hay grandes revelaciones. Los niños son más sabios que los adultos: se asombran con los misterios de la naturaleza, le cantan a la vida y ríen con todo su ser. No sé porque los dioses juegan con nosotros, pues al crecer se nos olvida vivir como si no existiera nada más que el presente.

La fragilidad de mis padres me apabulla. Siento que mientras ellos vivan me protegen de la muerte. Verlos enfermos en un hospital es conmovedor, por lo que ahora estoy ocupada en ralentizar el tiempo para que pase en cámara lenta. Lo extraño es que mi propia mortalidad me causa menos miedo. Mi hijo mayor no comprende porque no vivo en un pánico continuo porque me quedan menos años. Y a su vez veo en sus ojos que le preocupa que yo me enferme. “Mujer enferma mujer eterna” escuchaba decir de chica. Llevo años conviviendo con la autoinmunidad, tal vez si sea eterna. El punto es que no temo morir como antes, lo digo valientemente mientras no suba a un avión. Pero si me gustaría tener una larga vida.

Hoy conjuro un hechizo del tiempo. Me encuentro nuevamente con mi yo niña. Con mil colores por dentro la recibo. La veo y me reconozco en sus ojos, porque son los mismos que me miran desde el espejo. Le digo «¡Que felicidad verte, seguimos aquí! No te preocupes por crecer tan rápido, las angustias son tan cortas o largas como tu decidas, el amor es lo único que importa. Deja que todo pase, la vida es corta.»

Ella me pregunta cómo es que ahora tomo café en vez de té, duermo de seis a siete horas cuando dormía doce seguidas, y porque hoy no me alcanzo los pies con las manos sin doblar las rodillas. Toca mi arruga en el ceño a la mitad de la frente, «¡Por geniuda!» me dice. Nos cuestionamos a dónde se fueron cincuenta años y si viviremos más de noventa como las abuelas. Le respondo «Ojalá que sí. Mientras tenga vista, para que cuando no me pueda mover, siga viajando con los libros que nos acompañan desde que aprendimos a leer.» Ella se ríe conmigo ¿o de mí? no lo sé. Aún nos queda mucho por aprender.

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