Nos vemos al rato

Te dije que no era un adiós,
que en breve nos reencontraríamos.
Aunque lo creo,
lo afirmé más por necesidad,
como un escudo para resguardarme.
Me resisto a despedirme.
Cierto, a todos nos acecha la muerte,
más las dos sabemos que tu hora está próxima.
Soñarás para ya no despertar,
te adentrarás a un nuevo mundo.
Nueva, exenta de dolor y colmada de luz.

Oímos que, al anticipar la ausencia de alguien,
le expresaríamos mil cosas, nos despediríamos de mil modos,
conocer el momento del adiós, que usualmente
ignoramos, tendría sus ventajas.
Pero realmente, al estar contigo,
no supe más qué decir,
además de que te quiero.

Al hallarme frente a ti,
las palabras se tornaron diminutas,
desabridas, insípidas, insuficientes.
Los minutos se distorsionaron
en un vacío que oprime.
Las lágrimas asomaron tímidamente,
contenidas entre risas,
para infundir ánimo, para mantener la esperanza.
Permanecen en mi garganta, en mi
estómago, en mi corazón.
Y me hacen sentir terriblemente joven y
terriblemente anciana.
Posees mi edad y te estás despidiendo.
Ya lo sé, también me iré,
pero desconozco cuándo,
no tengo dolor, ni enfermedad,
no tengo que decidir
sobre sedantes,
sobre despedidas,
sobre lo que queda atrás.
Me dices que le eche ganas,
y sí, al verte con risa entre las lágrimas,
con un chiste en la boca,
aprecio enormemente estar viva,
pero te confieso,
eso de las ganas a ratos es
extenuante,
me alegra que tú, finalmente,
te sumerjas en la paz.

Las palabras se sintieron muy chiquitas.
“Te quiero», lo sentí tan insuficiente.
«Al rato nos vemos», tan irreal.
Será en realidad una larga espera
que transforma a éstas comunes palabras
en la más sentidas que haya dicho.

Te quiero, nos vemos al rato.

Estamos en contacto,
Que sea Dios nuestro enlace.

Un Dios azul.
Gracias, amiga.

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