No solo los gatos esquivan la muerte

VIDA 1

—¡Hanna! Entra a la casa, se cae el cielo. 

De un momento a otro ya no pudo escuchar ni su propia voz cuando la llamaba. Un aullido le erizó la piel, sin pensarlo dos veces salió corriendo al jardín. 

—¡Hannita, ¿qué te pasó?! 

Cuando tomó su pequeño cuerpo mojado se dio cuenta que tenía un cable atorado en su hocico. La desprendió a la vez que le pedía ayuda a su mamá. 

Dinorah sobaba, abrazaba y lloraba sobre su cuerpo inerte, mientras esperaba en el coche a que llegara el veterinario.

—Seguramente está muerta. Dijo su mamá con preocupación.

Como si la perrita no quisiera darle la razón y respondiera a los ruegos de su dueña se levantó de un brinco y comenzó a lamer a Dinorah. 

La descarga eléctrica había entrado y salido por la lengua. El doctor estaba sorprendido porque nunca había visto que un perro tan pequeño sobreviviera a algo así pero Hanna es una sobreviviente.

 VIDA 2

—¡Cuidado, Hanna!

Sus patas patinaron en el mosaico, logró frenar milímetros antes de caer del piso 19.  El barandal de la terraza dejaba un hueco en la parte inferior por donde definitivamente hubiera cabido. 

Dinorah soltó las cajas que traía en la mano y corrió a abrazar a su perrita. Tantos años acostumbrada a correr por el jardín, ahora el departamento de recién casados se le hacía chico. 

Conforme pasaron los meses Hanna se enamoró más y más de Diego. Dinorah, desde que quedó embarazada había dejado de sentir amor desmedido por su mascota, aunque se  sentía culpable  no podía evitarlo.

Diego y Hanna eran uno mismo, dormían juntos y ella cuidaba sus pasos como perro guardián. En una ocasión la señora de la limpieza quiso levantar la ropa tirada de su dueño, más tardó en cogerla que Hanna abalanzarse a morder sus tobillos y ladrar con furia. A la señora en lugar de susto le dio risa ya que la perrita parecía ignorar que medía menos de 30 centímetros, por dentro se sentía una doberman. 

VIDA 3

—¡No! Gritó Diego exaltado. Hanna, fiel seguidora, había salido corriendo tras de su amo.

Sonó un rechinar de llantas y un pitido de claxon. 

El carro logró volantear pero alcanzó a darle un golpe en la cadera. Hanna no supo qué hacer, al escuchar el grito de Diego se paralizó en medio de la calle.

Vivían en esa nueva casa desde hace más de un año. Aunque el jardín no era tan grande como el primero en el que vivió otra vez pudo disfrutar de correr libremente, además Diego la llevaba a pasear a un parque.

 Dinorah y Diego le revisaron hueso por hueso. La pusieron en el piso para detectar alguna cojera pero ella se movía alegremente alrededor. 

—Hannita, parece que comes ligas, exclamó Dinorah mientras la abrazaba. 

La relación entre ellas dos era amorosa nuevamente pero era imposible que llegara a superar lo que Diego y Hanna tenían. A Dinorah le maravillaba ver ese lenguaje de miradas que compartían.  

El parque en donde paseaban era un paraíso. Había otros perros con los que podía jugar,  además podía andar sin correa mientras no cruzara la cerca que delimitaba el área.

Hanna era una perrita obediente, con tan solo escuchar el silbido de Diego sabía exactamente qué hacer. Paseando por fuera del parque Diego decidió quitarle la correa para que pudiera correr tras la pelota, se veía divina con su pelo volando al viento y el  hocico casi dislocado por llevar el juguete de vuelta a su dueño. 

Chiflido. Hanna no regresaba. A lo lejos Diego divisó un pitbull acercándose. Chiflido tras chiflido, grito tras grito. Hanna solo volteaba a ver a su amo sin regresar. 

De un momento a otro Diego vio con impotencia como Hanna se acercaba al pitbull y éste, con reflejos de gacela, soltó una mordida, pescándola del  cuello.

Gruñidos. El dueño del pitbull trató que su perro la soltara.

 Audillos dolorosos. Diego con desesperación intentaba patearlo para conseguir que aflojara la quijada. 

Ladridos con furia. Silencio. Hanna colgaba inerte de su boca. 

Después de varios minutos que se sintieron como horas el pitbull se desesperó por el pelo que se le enredaba en la boca, terminó liberándola. Diego la cogió entre sus brazos y la llevó al veterinario más cercano. Con los ojos acuosos le rogaba que no se muriera pero Hannita parecía no reaccionar. La doctora pintó un panorama pesimista así que, resignado, Diego esperaba lo peor. Después de curarla se la entregaron temblorosa y asustada, refugiaba su carita entre los brazos de su dueño. Al Diego abrazarla, soltó un leve aullido, haciéndole saber que le dolía. La veterinaria les explicó que solo había tenido una leve perforación en el cuello ya que su pelaje impidió que el perro pudiera traspasar hasta la arteria. 

Se había salvado de milagro, otra vez.  

VIDA 4

Los años pasaron y la familia creció, aparte de los dos hijos de Diego y Dinorah, había llegado a casa un labrador llamado Mylko. Se hicieron grandes amigos desde el principio, Hanna se seguía sintiendo 6 veces más grande de su tamaño y el nuevo miembro se creía miniatura, así que se acomodaron muy bien para jugar. 

El único problema era que Hanna molestaba a Mylko cada vez que comían. Metía su cara en el plato, le ladraba y lo jalaba. Un día esto fue demasiado para el labrador. Sin avisar, soltó una mordida preventiva… preventiva para alguien de su tamaño.

—¡Mylko! ¡¿Qué hiciste?!

 Dinorah Lloraba. Reaccionó mecánicamente. Alzó a Hanna del piso. Alejó a Mylko y cerró la puerta que daba al jardín. 

Dentro de la casa la revisó con desesperación porque la sangre cubría toda su boca y la parte baja del ojo izquierdo. Tapó la hemorragia y la llevó a que la revisaran.

Diagnóstico: lengua bífida debido a que el colmillo la rebanó. 

La curación consistió en 3 puntadas que duraron lo que tardaron en subir al carro. La doctora le comentó que era muy probable que se cayeran porque era una zona muy complicada y difícil de cicatrizar. 

A partir de ese día Hannita vivió con lengua de víbora. Había veces que cuando dormía se le salía un pedazo. En ocasiones estaba sentadita viendo por la ventana sin darse cuenta que la piel rosada sobresalía de su boca. Era una imagen cómica y llena de ternura. 

VIDA 5

Cuando cumplió dieciocho años la vejez la capturó. Hanna hacia el intento de levantarse de su cama para buscar el sol pero las patas traseras ya no la sostenían. Dejó de comer y desde meses atrás había dejado de correr por la pelota. 

Diego la sumió en un abrazo, escondió su cara en ella y le agradeció el amor y la fidelidad incondicional que le había regalado durante tantos años.  Lloraba por ella, por los años y por esa inevitable sensación de derrota cuando la vida se extingue.

Así como empezó esta aventura Hanna y Dinorah se encaminaron a lo inevitable. La aguja entró a su piel depositando la fría y dulce fragancia del sueño eterno. Las dos, entrelazadas una en la otra, se perdieron en el reflejo profundo de sus miradas. Dinorah, con la cara humedecida de cristalinas y saladas lágrimas, le agradecía y le pedía perdón por no haber estado a su altura. Como si Hannita entendiera lo que su ama le quería decir, se recargó por última vez en su mano, entregando lo que le quedaba de amor en su fiero y poderoso corazón que daba sus últimos latidos.

8 comentarios

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Hermoso relato de familia . Me sentí conectada afectivamente de principio a fin porque hay un lenguaje no verbal entre los seres vivos , que es precisamente el
lenguaje de lo sensible . Nuestras mascotas nos enseñan significados de ternura , responsabilidad y fidelidad hacia la naturaleza y a seres humanos . Muy lindo!

Ay Chinitaa! Que gusto que te llegó al corazón. Gracias por leer. Y si tu perrita también te dio mucho amor incondicional.

Amor me hiciste llorar recordando a mi alush, y claro que también recordé los gritos cuando salio corriendo al balcón.

Jajaja! Ay tía! Que bueno que te gustó. Yo se todo lo que quieres a tus mascotas y hay algunas que se nos quedan en el corazón. Besos

Hermoso Denise. Nunca fui perruna y hoy tengo a Rick del cual estoy enamorada. Me angustia pensar que no duran mucho que me va a doler muchísimo. Pero por por lo pronto disfruto su presencia. Pero entendí perfecto el relato

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