El amor en la fragua del tiempo

Qué extraño cómo cambió mi definición de amor. Dejó de ser solo admiración infinita hacia los que me cuidaron apenas nacida o la promesa de amigas inseparables por siempre jamás. Es menos aún una idea romántica de lo que debiera ser una pareja.

El amor se transformó en algo real y duradero, forjado a golpes dulces o dolorosos en la fragua del tiempo. Y aunque mi corazón se ha hecho grande para que todos tengan su propia habitación en él, no conoce nada que se compare con el amor de dar vida y observar su milagro cada día.

Amor de madre. El que doy sin condiciones a pesar del agotamiento de las noches en vela, de los días sin fin y de la preocupación eterna, pero que llena el alma de gozo con cosas tan simples y cotidianas como el canto de su risa, el tamborileo de sus pasos que anuncian que están en casa, o el sueño de verlos crecer sin pausa.

Amor creador. Que posibilita modificar al mundo, escribir historias, evocar recuerdos. El amor se convirtió en verbo vivo, en evidencia del espíritu, en dador de significado. Es el que permite encontrar belleza en mí, en ti, en cada instante que respiro. Amor eterno que me acompañará más allá de aquí.

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