Una poca urticaria, no importa.

Descanso a la sombra del árbol Botella que se encuentra al fondo del jardín. Escucho varios pájaros revolotear y observo al petirrojo que a diario visita con su elegancia a la Jacaranda. Se para exactamente en la misma rama. Acostarme sobre el pasto es la gloria. 

El perro corre hacia mí con un gusto que me enternece.  Se acuesta a mi lado. Sentirlo cerca me da tranquilidad, su mirada me transmite paz, me invita a su mundo en el que no existen preocupaciones ni prisas. Es como si se detuviera el tiempo. Cierro los ojos y descanso la mente.

El momento fue improvisado y no quiero arruinarlo yendo por una manta para no estar directo en el pasto. Ahí, echada, al ver pasar las nubes, no puedo evitar pensar en las alergias.  Cuando era adolescente, al regresar a casa de estudiar, me gustaba acostarme sobre mi perro bóxer en el jardín. Él no se oponía a servirme de almohada, hasta quedarnos dormidos los dos bajo la sombra del laurel. Me despertaba un vente a comer. Un mal día, desperté con la espalda llena de ronchas rojas. Grandes como tortas, me producían un gran picor. Después de varias pomadas y remedios, los cuales me hicieron lo mismo que nada, desesperada pedí ir con el doctor. Era alérgica al pasto. Con altas dosis de cortisona untada, las mentadas ronchas desaparecieron, pero yo, un tanto necia seguí acostándome en el pasto, descalza y sobre el perro.

No podría decir con exactitud en qué momento se presentaron por primera vez las alergias. Siempre estaba con un pañuelo en la mano y el estornudo listo. En la primavera era un terrible y continuo llorar de ojos. La nariz escurría sin parar. El piqueteo en la garganta anunciaba que se extendería al paladar, y lo más caótico a los ojos. Me picaban no solo dentro, si no todos los parpados y la piel de las ojeras. Si empezaba a rascarme, el resultado sería unos ojos hinchados, chiquitos, rojos y vidriosos. Me convertía en un verdadero mapache. La piel con eritema en las comisuras de los labios era parte del desastroso cuadro. La comezón era insoportable, así que no resistía de rascarme. Terminaba con una cara de apaleada y sintiéndome así, aporreada, con sueño y cansancio. 

Cada primavera y otoño batallaba con las indeseables alergias. El alergólogo después de picotearme en el brazo muchas sustancias y provocarme un roncherío, me declaró alérgica a un largo listado de cosas. Para alejarme de todo hubiera tenido que vivir aislada en una cápsula, como aquellos niños enfermos que metían dentro de una burbuja durante sus tratamientos. 

¿Qué le pasa a este hombre? — pensé, —¿Ácaros, y eso qué es? — No me eran familiares, nunca había visto uno, y de repente estaban por todos lados. ¡Cómo era posible que fuera alérgica a fresnos, robles, eucaliptos, cedros, álamos, olmos, nogales, ficus, cipreses! ¡Uf, los hay por todos lados! — ¿A los perros también? No, no pienso renunciar a los perros. ¿Gatos?, no hay problema, no soy fan de los gatos. Polvo, está bien la casa se sacude, pero esta ciudad es tan seca que no hay manera de detener el polvo. 

Me fui a estudiar al extranjero, por lo que se quedó pendiente la cita para recibir las muchas y variadas vacunas que el médico recomendó.  Allá viví diez meses rodeada de catorce gatos. Curiosamente sobreviví sin problema.

Aprendí cuales medicamentos alópatas tomar, hasta que llegó la época de embarazos y lactancia por lo que ya no podía tomarlos, entonces enfrenté las alergias con mucha homeopatía, ejercicio y agua. 

Existen teorías que dicen que las alergias, ya sean alimentarias o ambientales, son reacciones emocionales. ¿Cómo saber cuál estado emocional hace que el pasto me saque ronchas, el sol urticaria o me de rinitis? Imposible saber. Lo que si sé es que cuando estoy de buenas, positiva, en crecimiento, productiva y en paz, rara vez me dan. Cuando me siento enojada, triste, confundida, no lo niego. Prefiero que mi boca lo reconozca y no que mi cuerpo lo resienta. Me dicen que ya casi no tengo porque con los años mi sistema inmunológico maduró. No se qué fue. 

Agradezco que mi cuerpo haya dejado de sobre reaccionar. Me alegro de poder tumbarme bajo la sombra de este árbol, regalo de mis hijos, acompañada de mi perro. Estar aquí me ayuda a estar en armonía, me desconecto y descanso. Aunque al rato note un poco de urticaria, no me preocupo, prefiero, por mucho, no privarme de este momento. 

Las alergias de repente dan señales de andar por ahí, rondándome, mas puedo decir con mucho gusto que no son las protagonistas en mi vida.

3 comentarios

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Muy bueno tu relato Lume. Ya puedo decir que eres una escritora nata y que me llevaste a pasear por tu jardín y me compartiste tus emociones y sensaciones. Bravo y gracias por compartir.

Redactado perfectamente.
Describes tal cual tu estado ante esa horrible sensación de urticaria, que les da a varios miembros de la familia.
Tal vez La Paz y armonía ayuden a soportar y minimizar eso

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