Macrina in grey

Ser mamá no es dar a luz a una persona, ser mamá es tener la capacidad de aprender, dejar prejuicios, patrones de conducta y deconstruir. Me sorprendo de lo mucho que aprendo de mi hija e hijo. Hace unos años mi hija me preguntó por qué siempre me peinaba de la misma manera, por qué escondía mi cabello en un chongo, trenza o coleta, mi primer reacción fue decirle que no le importaba, callé, sus palabras dieron vuelta en mi mente durante varios días. 

Recordé que había estado en una lucha constante con mi cabello, mi madre por practicidad lo peinaba en una trenza, cuando decidió que era lo suficiente grande para peinarme sola, me rebelé, solté mi cabello, cepillé mi fleco haciendo peinados extravagantes tan de moda a finales de los 80´s y principios de los 90´s,  hice crepé, rocié una cantidad impresionante de fijadores altamente tóxicos, nunca me gustaban los resultados, no me salían los copetes perfectos que veía en las protagonistas de Beverly Hills 90210 o en las chavas de Timbiriche.

Mi cabello es rizado, ahora sé que necesita un cuidado especial, a los 15 años no lo entendía, trataba de aplacarlo con el cepillo y la secadora, cuando descubrí la plancha que podía dejar mi cabello lacio la consideré el mejor invento del ser humano, hasta que descubrí la keratina, ese líquido que me provocaba picor y me hacía llorar y me dejaba lacia por varios meses sin esfuerzo, para mí en ese entonces valía la pena cada peso, minuto y molestia con tal de estar lacia. 

Comencé a teñirlo muy joven, primero por gusto después por necesidad, al menos así lo creía: “Si tengo canas, me tengo que pintar el cabello”. Jamás consideré otra opción, conforme el tiempo pasaba era más complicado mantener mi cabello libre de esos cabellos blancos que tanto odiaba, compré crayones y sprays de colores para retocar mi raíz y prolongar un poco más la visita a la estética.

En 2019 comencé un método especial para cuidar el cabello rizado el cual consiste en usar productos para lavarlo, acondicionarlos y peinarlo libres de sulfatos, siliconas, ceras y alcoholes, cambié por completo la rutina que usaba y compré nuevos productos, el cambio fue sorprendente, mi cabello comenzó a recuperarse del maltrato que había recibido después de múltiples alaciados permanentes, peinados con plancha y aplicaciones de tinte. En mayo de ese mismo año me enfermé de las vías respiratorias, llegué a pensar que era influenza, realmente me sentía muy mal, pasé varios días en cama, estaba bastante aburrida, tomé una selfie para ver que tan desmejorada me veía y ví la raíz de mi cabello con canas, en ese momento tuve una epifanía: “Macrina es momento de dejar de teñirte el cabello”. Escuché decir a la voz de mi mente.

Mi papá cuenta que cuando era niña y me enfermaba de gravedad al recuperarme algo cambiaba en mí, podía ser un cambio considerable en la talla, peso, hasta en mi comportamiento, crecía físicamente o como persona, a los cuarenta y un años después de una fuerte gripa comenzaba un nuevo cambio en mí.

Dejarme las canas fue un proceso físico, mental y emocional, empecé a verme y percibirme de una manera nueva: más empática, compasiva y amorosa. Fue una decisión que implicó mucho más que el color de mi cabello, comencé a aceptarme, a defender mis decisiones y dejar de justificarme ante los demás, rompí estereotipos establecidos por la sociedad en relación a la imagen femenina, no faltaron algunas críticas y comentarios sobre mi cabello, afortunadamente fueron pocas y el apoyo mucho. Aprendí que nadie tiene derecho a opinar sobre mi imagen y mi cuerpo, así como yo tampoco tengo derecho de hacerlo sobre los cuerpos ajenos, se puede hacer mucho daño con un par de palabras. 

Ya no me aferro a la imagen que me muestra el espejo, mi cabello no es perfecto, tiene días buenos y malos al igual que yo, hoy me siento libre y cada día me acerco más a ese plenitud que el amor propio me da.

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