He cerrado los ojos cada vez que quiero empezar a escribir. En mi cabeza solo veo letras de todos los tamaños y formas que he visto en mi vida: largas, patinadas, cortas, negritas, itálicas, las encuentro hermosas en sus trazos, en sus formas, en sus redondeces, que me distraen. Empiezo a deletrear sus familias y pienso en la escuela Bauhaus o en el periódico The Times, que diseñaron las suyas. Siento el placer de alinearlas, de jugar con ellas, de verlas plasmadas. Recuerdo algunos nombres de creadores tipográficos: Frutiger, Caslon. La mente empieza a recrearlas y tomo el cuaderno que siempre me acompaña. Empiezo a jugar con ellas, pero recuerdo que el tema no es jugar con las tipografías, sino escribir… ¿Por qué quiero escribir?
Cuando era niña tenía la costumbre de escribir para mis padres, o si era cumpleaños de alguno de mis hermanos siempre había una carta, un mensaje. Esas cartas describían cómo me sentía en relación con cada uno. También mantenía contacto con mi madrina por medio de cartas; esperaba ansiosa el correo cada mes para recibir su respuesta. Cuando llegaban telegramas era frustrante porque siempre me ha gustado enviar mensajes largos, y los telegramas eran tan cortos que no me gustaban tanto.
En el inicio de mi vida romántica, las cartas se volvieron parte esencial de cada relación; escribir los sentimientos o esconderlos entre las palabras era muy divertido. Una vez tuve un amigo que me escribía las mejores cartas de amor no declarado; a mí me gustaba mucho responderlas con sarcasmos —tal vez por eso nunca me lo declaró en persona. Con mis amigos de la adolescencia hubo muchas palabras confidentes de amores, celos, rencores, cariño… Entre un vecino y yo nos escribíamos cartas como si hubiera millas entre nuestras casas, y solo nos separaba una pared. Aún conservo un par de ellas.
Mi marido me escribía poesía. Yo hasta ahora no me siento con esa capacidad de expresar en pocas palabras; al contrario, prefiero extenderme. La idea de escribir textos más elaborados inició cuando una persona que leyó mi carta astral me anunció que en mi vida se proyectaban muchos textos. En aquella misma época, tuve la oportunidad de diseñar un libro muy especial que me llevó a cruzar el océano Atlántico y trabajar algunos días en Italia. Me enamoré de la idea de que algún día podría diseñar mi propio libro.
Y así es como inicié mi deseo de escribir, contar, expresar, de poder transmitir alguna idea, concepto, historia. La posibilidad de confirmarme como esa persona que tiene algo que decir. Me siento confundida: es como si las mismas palabras empezaran a danzar en el espacio de la página en blanco. Llegan de vez en vez negritas que me hacen reconocer su peso; también veo itálicas que con su elegancia me demuestran que se puede ser diferente en medio del orden; veo capitulares elegantes que me permiten viajar a otra época con sus historias entre lo barroco y el art nouveau. Y me fundo en la forma y no en el fondo, me disperso en las historias de los caracteres que al pronunciarlos te dan la sensación de sus sonidos. Las letras tienen vida propia, la oportunidad que tienen de manifestarse diferentes en su misma identidad, una a Helvética es totalmente diferente a la a Garamond. ¿Cómo puede ser la misma letra y decirte otra cosa al solo cambiarla de fuente? Y me veo frente a la pantalla en la que solo debería ver caracteres para formar palabras, y me doy cuenta de que empiezo a divagar una vez más entre itálicas y negritas.
2 comentarios
Añade el tuyo →Esa es tu pasión, las letras, sigue así aumen tando tu creatividad y alcanzarás muchos logros te amo, la pequeña de mis amores.
gracias mami, te amo más!