El ojo de Nazar Boncuk

La veo sobre la mesa. Hermosa, sencillamente maravillosa. Muy diferente a todas las que forman parte de mi colección. Un regalo de cumpleaños magnífico de mi amigo coleccionista y vendedor de arte.

La observo por fuera, hecha de metal, con decoraciones en las esquinas y un grabado en oro y plata sobre la tapa. Me dijeron que la placa circular en la tapa es antigua, proveniente del imperio otomano. Paso el dedo sobre los bordes del grabado, siento la textura de los triángulos y las delicadas flores. En el centro se ven letras desconocidas, redondas y elegantes, con tres líneas que apuntan hacia arriba como mirando al cielo, rematando abajo con líneas entrelazadas como raíces. Debajo se observa el ojo protector de Nazar Boncuk. Pareciera un candelabro antiguo, reflejando luz sobre sombra. A un lado, en la silueta de una gota de lluvia, se encuentra lo que parece la imagen del árbol del mundo o de la vida creo le llaman. A un costado se ve una cerradura. La toco. Necesita una llave. Me consume la curiosidad por ver el interior. Busco en la caja de madera que la envolvía, pero no encuentro la llave para abrirla. Le mando un telegrama a mi amigo. Recibo otro de regreso. Él me promete que la persona que se la vendió la buscará entre los recónditos espacios de su tienda cercana al Gran Bazar de Estambul. No me queda más que esperar.

¿Dónde la colocaré? Sobre el piano quedará perfecta, al menos hasta que encuentre su hogar definitivo dentro de la casa.

***

Pasan días, semanas, trayendo consigo cartas del otro lado del mundo con pedazos de la historia de este misterioso objeto. Me dicen que por dentro está hecha de madera del bosque donde se encuentra Ambar Katran, ese antiguo árbol de más de 2,000 años. Se cree fue fabricada hace más de dos siglos, y fue tomada de uno de los tantos palacios otomanos en los saqueos de hace pocos años en 1922. Mi amigo consulta un historiador quién observa en ella símbolos alusivos a Tengri el dios bueno y a Erlik dios del inframundo. ¡Que regalo tan extraordinario!

Por las noches no logro dormir pensando que significan esos símbolos de mi preciado obsequio. Me desvelan las ganas de observar su interior y ver lo que se encuentra dentro. Cuando por fin duermo, escucho como ella me llama, me susurra al oído que la libere. Durante el día busco como abrirla, más es imposible hacerlo sin dañarla. La agito al aire, pero suena hueca. La pongo sobre una balanza. Su peso no corresponde con su tamaño. A pesar de ser pequeña, pesa poco más de dos kilos.

Mi dama de compañía llama a mi madre que viene a visitarme. Se muestra preocupada porque he perdido kilos. Dice que estoy obsesionada con el precioso objeto que le muestro. Me pide, ordena, implora que me deshaga de él. La respuesta es no. Por supuesto que no hay de que preocuparse, pareciera no conocerme, pues olvida que investigo sobre lo que me interesa exhaustivamente. Obsesivamente tal vez. Una vez que la abra, seguramente otra cosa llamará mi atención.

***

Recibo un telegrama urgente de mi amigo ¡han encontrado la llave! Pero el abuelo del vendedor le dice que por favor la tire en el Bósforo junto con la caja. Que nunca debió de ser vendida. Me pide que la envíe a su casa, que la reemplazará con otra que ha comprado para mí. Seguro son cuentos de locos, o una antigua leyenda turca. —¡La abro porque la abro!— me ordeno a mi misma. En mis intentos con un cuchillo, una grieta inexplicable aparece sobre el ojo azul en la tapa. La dejo sobre la mesa mientras dibujo opciones en mi mente para lograr abrirla. Finalmente me decido por destrozar la cerradura con un martillo, que pido me traiga mi ama de llaves. Cuando volteo, ella ya no está en el salón conmigo ¡cobarde! Busco y finalmente encuentro uno. Destrozo el cerrojo. Expectante, abro poco a poco la caja. Ella se vuelve ligera en mi mano. Veo por una rendija que está vacía mas no alcanzo a ver el interior por completo, sólo escucho una voz que sale de ella y me da a entender que he cometido un grave error. Otro, con miles de años, vive ahora en mi interior.

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