Prueba del tiempo

El brillo azulado que reflejó en sus ojos la hipnotizó, acentuaba sus arrugas. Deslizó el dedo sobre la superficie de cristal. La portada del libro que tantos años se dedicó a buscar, un ejemplar prohíbo del que se habían hecho pocas copias y que se sacó de circulación después de que el gobierno se incomodara por los secretos expuestos, aparecía ante ella. La cabeza le dio vueltas, ¿cómo era posible que tuviera en sus manos un libro, ese libro, sin realmente tenerlo?

De repente comenzó a sudar, no de nervios, como todos pensaron, sino de enojo. Sus nietos habían logrado lo imposible, se los agradecía, pero ese no era un libro, no sabría ni si quiera cómo manejarlo, ellos tan atentos le explicarían mil veces pero ella no quería quedar como un vejestorio tonto e ignorante. Mejor quedarse así, con sus pensamientos y la tele haciendo ruido para ahuyentarlos.

Pero esa cosa seguía frente a ella retándola, su ceño se frunció tanto que las arrugas parecían escaleras, se escuchó el colapso de épocas al encontrarse frente a frente. De un empujón apartó el libro electrónico de su vista.

La metamorfosis del enojó dio paso al asombro cuando su nieta tomó el dispositivo y leyó en voz alta las primeras líneas. Una punzada de curiosidad la hizo removerse en su asiento, la mirada de reojo de su nieta le sacó una sonrisa. Después de unos minutos, estiró la mano y se animó a darle una oportunidad a esa cosa escabrosa que prometía algo.

Con el dedo tembloroso tocó el cristal, imaginó que las letras se pegaban a su dedo, que la historia entraba a sus venas como líquido brillante. Conforme leía el enfado se disipó y tomó su lugar las ganas de gritar cuan maravilloso era el mar de palabras que estaba descubriendo, ¡ese relato negado por fin era suyo! Con firmeza pasó el dedo para seguir leyendo. Un halo conocido la inundó, esa vieja sensación que aparecía cada vez que empezaba a leer.

Las olas de la historia la mecieron durante horas, la tarde dio paso a la noche, la gente que la rodeaba se fue, solo eran ella y el susurro del autor que la cautivaba con su profunda narración. Los silencios que suenan los volvía a encontrar en este lugar moderno que prometía acompañarla en su soledad.

Cuando el sueño pudo más que su atención se levantó del sofá con su ligero tesoro en la mano. Lo conectó a la corriente, se recostó en su cama y también conectó el oxígeno en su nariz mientras daba un último vistazo a ese nuevo amigo que descansaba sobre su buró.

Ahora ambos sostenían sus frágiles existencias en compañía.

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