La carta de Juan

Nunca podremos vernos como los demás nos ven. 

Nunca sabremos si lo que creemos que somos es lo que realmente ven los demás. Tal vez por eso insistimos tanto en reafirmar nuestra existencia. 

Nadie nos conoce, lo que asumen que somos es una construcción, es su imaginación proyectando lo que creen que ven pero realmente nunca sabrán quienes somos. 

Qué libertad cuando queremos ser incógnitos. 

Qué martirio cuando queremos ser comprendidos.

Todos somos sombras borrosas caminando por la calle. Entonces ¿Qué sentido tiene insistir en que nos conozcan, nos escuchen? En definitiva yo ya me cansé. 

Lo siento, 

Juan 

Dejó la pluma sobre la hoja, la cual rodó un poco sobre el escritorio sin terminar de caer. 

Arrastró sus pasos al baño. 

“¿Qué hice mal?”, se preguntó mientras colgaba la soga que acalló sus pensamientos y su soledad. 

Juan,

 De verdad no puedo creer que hayas renunciado a la vida, a nosotros.

No le veo caso pero aquí me tienes escribiendo, escribiéndote, gritándote ¡¿Por qué chingados te suicidaste?!!!

¡¿Cómo que nunca nadie ve lo que somos??! ¡¿Estabas drogado cuando la escribiste??!

En fin… ¿Para ti era una cárcel ser quien eras? ¿Nunca pudiste ser tú ni cuando estabas con nosotros? Eso dónde nos deja, dónde me deja… ¡Aaahh!! Estoy fúrica contigo…

Hoy te odio

Juan,

Hoy fue tu misa de cenizas, escribí un discurso lleno de todo lo que eras para mí  pero no pude leerlo. Me quedé frente al micrófono, que sólo reverberaba mi respiración entre cortada sin poder despegar los labios arenosos y secos. ¿Qué iba a decir? ¿Que todo eso que escribí, que todo lo que siempre pensé que eras no lo eras realmente? ¿Qué sólo eras, en tus propias palabras “una proyección” de lo que yo creía que eras?

Dices en tu carta que todos somos sombras borrosas caminando por la calle. Así me siento.

Descansa en paz Juan, por lo menos que alguno lo haga.

Adiós

Juan,

No hay día que no sienta que me estrujan el corazón, que me lo desgarran en tiras.

Es de noche, una bruma oculta las estrellas. Ya no me esfuerzo por buscarlas. Leí de nuevo tu carta, no estoy de acuerdo contigo. Yo creo que esa proyección que hacemos constantemente al relacionarnos con la gente es parte de lo que somos. Es una de las piezas del rompecabezas de la individualidad. Somos eso más lo que nadie más ve, y a mí me parecer liberador. Si me hubieras platicado, si hubieras confiado poquito en mí, a lo mejor mi opinión te hubiera ayudado a hacer más ligera la carga, pero todo lo quisiste hacer a tu forma, pues vaya forma. No sé si encuentre cómo perdonarte.

¡Eres un cobarde!

Juan,

Me siento en tu silla del escritorio donde pasaste horas trabajando, meditando y, ahora creo que también las pasaste angustiado. Quisiera que la piel que la envuelve me transmitiera con el tacto todo lo que sentiste, pensaste, deseaste sentado en ella. Que tu aroma se filtrara en mí para conocer tu nube de tormenta.

Hoy es tu cumpleaños, cumples… cumplirías 50. Compré el pastel que te gustaba, en la noche soplaremos la vela. Se extinguirá la flama así como tu existencia. Te has ido desdibujando, tu imagen cada vez es más borrosa, de todas tus caras ¿Cuál perdurará más en nuestra memoria?

No puedo dejar de pensar que tú soplaste tu propia llama hasta que acabaste con ella.

Te confieso que me he descubierto descifrando mis “yos”, mi yo social, mi yo privado, mi yo vulnerable. Esa que soy en mis sueños me gusta, no la entiendo del todo pero quiere salir. Cuando despierto trato de ser ella cada vez más. La gente me entiende cada vez menos, me da miedo parecerme a ti pero a diferencia de lo que tú sentiste a mí me gusta no ser comprendida ni descifrada por todos. Me guardo para aquellos, aquellas, que sin decirlo, lo dicen todo.

Feliz cumpleaños…

Juan,

Hoy es un año sin ti. Estos 12 meses los he vivido sintiendo de todo, incluida la culpa. Sigo enojada contigo pero hoy siento que no soy víctima de todo esto, tengo parte de responsabilidad. Sabía que estabas confundido, la chispa de tus ojos se fue mermando pero no quise aceptarlo. Tus pasos por la casa cada vez eran más ligeros, había veces que ni siquiera sentía tu peso sobre la cama. De apoco te fuiste desvaneciendo. Lo que te sucedía era más grande que yo y quise tapar el sol con un dedo, quise seguir fingiendo y terminé estrellándome contra un muro, el muro de la pérdida.

Ahora descubro que todos somos testigos de todos y eso nos hace cómplices de lo sucede a nuestro alrededor, aunque lo ignoremos. La cotidianidad me hizo indiferente, lo siento… 

No asumo que por mi culpa te mataste porque eso siempre va a recaer en ti pero ya no lucho con ese coraje de quererte responsabilizar de todo. Tú decidiste tu destino. Yo decido vivir, decido amar todas mis caras. Decido ser libre. Te dejo en libertad.

Descansa en paz.

Aranza tomó las cartas. Las vio arder una por una.

“El fuego arropa, pero si lo ignoras quema” se dijo mientras veía caer las palabras hechas cenizas dentro de una urna que acompañaría la de Juan por el resto de la eternidad.

Deja una respuesta