Salió cansada de trabajar. Caminando hacia su casa, oyó las campanadas del templo de la esquina. Hacía tanto que no entraba ahí. Las misas con aquellos sermones largos y llenos de amenazas le habían dejado de interesar. Pocos padrecitos decían cosas interesantes. Ese día añoró un momento de paz y empujada por la memoria de aquella profunda fe, entró a la iglesia. Ella caminaba hacia el sagrario mientras la multitud salía.
Ahí sentada, sin recurrir a formulas prefabricadas y oraciones tradicionales, sólo deseó paz. Desde lo más profundo pensó en ese Dios de Iglesia o de fuera de ella, el único que tendría que existir si es que lo había.
Si existes aquí estoy. No pido nada. Si me quieres, aquí estoy. Creo que te necesito.
No hubo muchas palabras. Solo unas lágrimas en silencio más sentidas de lo que pudiera pronunciar.
Llegó a casa, con aquel descanso que sigue después de soltar. Se acostó agotada. Aún no regresaba nadie y estaba sola. Al cerrar sus ojos llegó súbitamente a su memoria aquel recuerdo, tan claro y vívido.
Tendría siete años. Escuchó campanadas alegres y firmes. Corrió a buscar de dónde venía aquel cántico.
Salió al balcón de la cocina. En lugar de encontrarse frente al muro del edificio y la vista de la cochera, se topó con un verdadero espectáculo de ángeles.
El sonido venía de unas blancas nubes deslumbrantes. Había muchos rayos de sol iluminando a aquellos seres grandes y translúcidos. Bellos ángeles la esperaban en el balcón con las alas abiertas, iluminados y llenos de vida. No eran tres, ni veinte, eran miles, incontables. Podía ver sus rostros sonrientes con claridad. La atraían, la hipnotizaban, la invitaban a subir con ellos, ella estaba deseosa de volar ante esa indescriptible belleza. De tanto gusto despertó sobresaltada un poco antes de que saliera el sol. Tenía lágrimas en los ojos y el corazón palpitando a mil por hora, lleno de alegría. Se levantó rápidamente, era el día de su Primera Comunión.
Con el paso del tiempo, había olvidado ese sueño.
Años y años sin recordarlo. Se olvidó del Angelito de mi guarda. De aquel gusto y de la emoción que sintió. Tan rápido pasaban los días, llena de distracciones, compromisos, metas y razonamientos que no le quedó tiempo de pensar en ángeles, campanas y escenas sacadas de un cuadro de Giordiano.
Hoy al recordar aquel sueño suena su celular. Es el whatsapp. Un mensaje de su madre recordando su aniversario de bodas. Si papá viviera cumplirían sesenta años de casados. Y entonces cayó en cuenta. A los quince de casados de sus papás hizo la Primera Comunión.
Precisamente hoy regresa el mismo sentimiento, la misma convicción. La acompañan, la protegen, la esperan. Se dejan ver en los rostros amables, que ayudan y cuidan a los demás. Los ángeles, muy prudentes nunca se anunciaron ni pidieron crédito de todo lo que hacían, más hoy mandan un recordatorio en respuesta a su si me quieres, aquí estoy.
Regresan los ángeles. Vuelve la alegría. Mueven sus redes, destraban corazones, negocian soluciones. Era cuestión de tiempo, tarde o temprano tenía que verlos de nuevo, pues nunca se fueron.
Hay presencias que no dejan huella. Son por siempre presencias.
6 comentarios
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Que lindo recordar!!
Hasta vi Los Angeles!!! Describes súper bien
Bellísimo relato Lume, muchas gracias por compartir. Continuará….
Qué lindo!!
Me encantó, me dejó como en paz.
Un lugar común, Lleno de bellos recuerdos.
Me gustó mucho tu relato.