Un ingrediente para caos

Te sentí, hija mía. 

Te vi nacer.

Te alimente de mi pecho,

tu boca absorbía vida desde lo más profundo de mi ser. 

Éramos felices.

Tanto te deseé, por fin te tenía en mis brazos. 

Pero eso fue solo un sueño. 

Te contaré mi historia. La contaré para sentir que alguien me escucha.

Hubo una época en mi vida, tan lejana que ahora creo que nunca existió. Tenía todo lo que deseaba, recorrí Europa expresando mi arte a través de la danza contemporánea. La compañía en la que trabajaba tenía convenios con todos los teatros más importantes, así que pude vibrar, bailar, volar con los mejores bailarines del mundo. Estaba enamorada del director de escena, Gael. Teníamos una relación bastante equilibrada a pesar de trabajar y vivir juntos.

Siempre supe que quería ser madre, Gael también quería hijos, así que cuando terminamos con las presentaciones acordadas decidimos regresar a México para formar una familia. 

Lo intentamos por meses. Fui a varios doctores, me hicieron estudios de todo.  En el consultorio del último especialista que visité me senté a esperar mi turno junto a una joven embarazada. Se veía tan hermosa, radiante y su panza sobresalía orgullosa de su blusa. Me atreví a comentarle mis pensamientos deseando que la conversación me ayudara a que la espera fuera menos tediosa pero hay cosas para las que uno nunca se prepara, los momentos que marcan la vida se disfrazan de cotidiano. La plática comenzó como era de esperarse, un “gracias”, una media sonrisa sin vernos a los ojos para no sentir el compromiso de formalizar la convivencia. Cuando pensé que la conversación no iba a tener futuro me sorprendió diciendo “Yo no quiero a este bebé, no quiero estar embarazada.” Me dejó muda, ¿Qué le contestas a una extraña que rompe las normas de lo que es una plática informal? Le dije que eso pensaba ahorita pero que ya que lo tuviera sería diferente. Me dijo que no, que la certeza la gobernaba día y noche. Para cambiar de tema le conté que lo que yo más deseaba era tener un hijo, que era muy afortunada, que le diera tiempo al tiempo. Entonces me soltó una frase que cambiaría el resto de mi vida:

—Te lo regalo, de tenerlo a fuerzas a saber que estará con alguien que lo desea, prefiero dártelo.—

—¡Pero si ni me conoces! Podría ser una asesina o no sé. —le dije tratando de no sonar histérica.

Sacó un papel y una pluma de su bolsa, anotó su celular, me lo entregó y entró al consultorio. Yo me quedé helada. Después de unos minutos salió, no dijo nada solo se me quedó mirando.

Cuando estuve frente al doctor mi cabeza estaba revuelta. Logré concentrarme después de unos minutos. Tenía mis resultados, su cara lo delató, no eran buenas noticias.

—Nunca podrá embarazarse, tiene una rara malformación en la matriz que impide que los óvulos fecundados se adhieran. Lo siento mucho. Siempre está la opción de adoptar.

Salí llorando, llegué a casa llorando, dormí llorando. Gael ya no sabía ni qué decirme, él estaba destrozado también.

Ese tiempo la viví como en el limbo. Todo era gris, de pronto mi vida que creía tan maravillosa ya no lo era tanto. Un día, movida por los hilos de la inercia marqué al número que me había dado la chica embarazada. Me contestó, le dije quién era y que aceptaba su propuesta. Pensé que me colgaría el teléfono pero no dudó, inmediatamente me dijo dónde daría a luz.  Quedamos de vernos después de que la dieran de alta.

El tiempo pardo y soso siguió su curso. Gael estaba en un viaje de trabajo en Argentina, una compañía de tango quería hacer sinergia con nosotros, fue a reunirse con ellos para ultimar detalles. Cuando vi cercana la fecha, le llamé y le avisé que en dos días tenía cita en el psicólogo, llevaba mucho insistiendo en que me haría bien hablar con alguien sobre la pérdida y la depresión. Como lo supuse se puse feliz, yo estaba feliz pero a recoger a mi pequeño milagro. Nunca pensé qué explicación daría a su regreso, la locura se confunde con asertividad, simplemente sentí que me salía con la mía. Claramente no estaba bien pero la depresión es sutil, manipula lentamente trastocándolo todo.

Llegó el día acordado, fui al parque frente al Hospital Ave María. La reconocí desde lejos por el bultito color rosa que tenía en las manos, ¡Eras una niña como en mi sueño! Nos saludamos, bueno la saludé porque ella no pronunció palabra solo te depositó en mis brazos y con un gesto me mostró el papel de alumbramiento con el que podría ir a registrarte. Alcancé a ver lágrimas silenciosas cubriendo su rostro, nos dio la espalda y se fue.

Nunca supe si alguien la acompañó a dar a luz, si tenía pareja, nada.

Me subí al coche sin saber bien dónde ponerte. Después de varios minutos caóticos decidí acostarte en el tapete del copiloto. Manejé con delirio de persecución pero a la vez me calmaba repitiéndome que había sido ella la que tomó la decisión, no la obligué, yo no había hecho nada malo. Solo me evité todo el proceso burocrático de la adopción.

Llegué a la casa, pedí por teléfono a la farmacia lo que necesité para darte de comer. Encargué en Amazon cuna, bañera, calienta mamilas, cobijas, ropita y todo lo que se me ocurrió.

Los primeros días se me pasaron concentrada en las tomas de la leche, cada 3 horas te despertabas a comer. Aprendí a bañarte, cambiarte y amarte. Te amo hasta la fecha, mi adorada Nicole.

Justo a los 8 días, a las seis de la mañana, nos despertaron los ruidos de las sirenas, gritos y golpes en la puerta. Para el medio día ya estaba en los separos y tú en manos de la señora que te parió (porque tu madre soy yo). Tardé en entender que me acusaban por secuestro. Grité hasta quedar sin aire que ella te había regalado, pero claro está nadie me creyó. Me encerraron, pasaron muchas horas. Cuando estuve frente al ministerio público le expliqué todo con lujo de detalle. Yo estaba segura que era un malentendido, que era cuestión de tiempo para que ella explicara la verdad pero cuál fue mi sorpresa cuando me dijeron que ella misma fue la que levantó la denuncia. Alegó que en lo que ella esperaba a que su mamá la recogiera en el parque frente al hospital yo se la arrebaté y que el papel de alumbramiento lo llevaba metido en la cobija. Desde ese primer día comenzó la búsqueda, revisaron cámaras, rastrearon mi coche y dieron con mi domicilio.

Me trajeron de aquí para allá, a quien se me acercaba le pedía que me dejaran hablarle a Gael, nadie me hizo caso.  Pude comunicarme con él cuando ya me habían tomado las fotos, las huellas y me habían obligado a ponerme el uniforme de presa. Caí en cuenta de la locura que hice hasta que traté de articular palabras elocuentes para explicarle porqué estaba detenida. Sentí que me hundía en el vacío, me devoró un laberinto sin salida.  Aunque no le encontró lógica a nada de lo que le expliqué le habló a su abogada de confianza. Después tomó el primer avión a México.

Cuando tuve la visita de mi defensora la vi llegar con Gael. Quería que me tragara la tierra, me sentía tan avergonzada, tan tonta. Me abrazó, me besó toda la cara y revisó que no estuviera herida. Les expliqué todo y les pedí que revisaran mi celular para que vieran que ella y yo habíamos estado en contacto.

—Eso es circunstancial. —me dijo la abogada viéndome con compasión. —Además, en la denuncia la demandante dijo que habían intercambiado teléfonos en el consultorio porque tú estabas llorando y que ella, por amabilidad, al enterarse de tus problemas para embarazarte, te dio su número, al cual marcaste. En esa llamada te enteraste, dónde y cuándo daría a luz.

—¡Todo lo cuadro la muy cabrona! —explotó Gael.  

No hubo nada que ayudara a mi defensa. Obvio en un país donde LA MADRE está casi santificada nadie cree que alguna pueda no desear serlo tan desesperadamente que es capaz de regalar al crío a la primera desconocida que muestre interés.

En el careo, me desquicié, le grité de todo, conté la verdad pero de antemano todos me colgaron el título de secuestradora. Lo único que se pudo hacer fue alegar esquizofrenia con bipolaridad pero los estudios no lo comprobaron, porque no lo soy, solo estuve en un periodo de crisis de depresión profunda. Los jueces no creyeron que fuera suficiente para justificar mis actos así que dictaron sentencia por 15 años sin derecho a fianza.

Los primeros meses fueron los peores, ni te los voy a describir. Lo único que te diré es que a veces sirve de mucho vivir amontonadas en una celda porque ahí una compañera me contó que mi caso estaba de moda entre los abogados y que escuchó que la señora que te parió le había confesado a su abogado que si te había regalado pero que al entrar a su casa y enfrentar los juicios y cuestionamientos de su familia se llenó de culpa y miedo, por eso inventó que te había secuestrado. De ahí se desbordó la bola de nieve cada vez más grande, la cual nunca intentó detener.

Llevo cinco años cumplidos de la condena. Gael me visita y está presente todo el tiempo, pero tiene una vida afuera que incluye hijos y una pareja. Me duele pero no me molesta, yo lo impulsé a seguir con su vida. En el recuento de los daños me doy cuenta que fui el ingrediente que faltaba para que tu «disque mamá», la verdadera secuestradora, esquizofrénica y bipolar, desatara el caos.

Bien dicen que los que estamos en cárcel no somos los culpables sino los pendejos.

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